Por: José Gregorio Guerrero
En mi vida no he vuelto a ver dos seres más liberales que Pablo Arias Molina y Julio Muñoz Castro, ambos ciudadanos insignes del cielo. Pero me contaron una anécdota de Julio, digna de escribirla con toda la sabrosura del caso para ustedes mis amigos lectores, y es la siguiente:
Ese sábado de la década del setenta Julio tenía listo su candidato a Senado. No era un secreto para nadie que julio apoyaría a Crispín Villazón, que no votaría así retrocediera el Guatapurí por ningún Castro “porque puede más una buena amistad que la misma familiaridad” decía; y deseaba tener un millón de cedulas, y otro millón de dedos índice derecho para volver a votar un millón de veces por Crispín. Ya Doña Tulia, su señora esposa, sabía que la Registraduría le había designado la presidencia de la mesa de votación numero quince de la plaza cívica de Pailitas, Cesar; y a ella le preocupaba ese viaje, conociendo sus dotes de buen liberal terco e integérrimo. Dejarlo ir solo era una locura, sin saber se fuera a encontrar con un godo del mismo calibre, y fueran a desencadenar un choque de trenes, una desgracia bipartidista.
Esa mañana de ese sábado antes de salir a dar los últimos retoques del viaje, dejó colgada en el patio en un gancho de alambre dulce una camisa Óscar de la Renta roja para que se la plancharan, al colgarla en el alambre pensó en voz alta “definitivamente, no hay trago malo ni godo bueno, Ney y Manuel Germán creen que el mundo es de ellos”, entonces salió para la plaza y para donde Crispín a buscar unos recursos para el viaje.
Ese día encontró un ambiente de fiesta en la plaza, no sé quien lo invitó a tomarse unos tragos, mi informante dice que le parece que fue uno de los Araujo Noguera, pero no está muy seguro; lo que si fue cierto, es que esa noche llegó a su casa caminando porqué Dios es grande, pero bajaba por la novena como quien va para la bomba la esmeralda desafiando en el camino al mismísimo diablo si se le presentase. Al llegar a casa, doña Tulia lo recibió y le dio de comer, pero con la primera cucharada se fue en vómito y más atrás se le salió la caja de dientes (no se ría, amigo lector, que es en serio la vaina) y fue tanta la trasbocada que no se dio cuenta que la chapa estaba noqueada en el suelo; cuestión que aprovechó doña Tulia para esconderla de bajo de la cama, envuelta en una toallita de manos; ella pensó: “este sin chapa no viaja” en efecto al día siguiente cuando se despertó el hombre, que se pasó la lengua por la encía y sintió que algo hacia falta, mandó la mano para la mesa de noche y no encontró nada, le preguntó a su señora “ si no sabes tú” fue lo que le respondió. Ese día su corazón se logró arrugar de tristeza, él sentía que no era digno del perdón de Dios. Hasta llegó a pensar “me la secuestraron los enemigos” ese Ney es capaz de lo que sea.
Lo más triste ¡no pudo votar Julio! Pero me dice mi informante, que no diré su nombre; que Crispín salió airoso en la contienda a lo que Julio decía después de encontrada la chapa: “ganó mi compadre sin mi voto” la chapa apareció misteriosamente en el mismo instante en que sonó el Himno Nacional, cuando se cerraron las votaciones.
Feliz fin de semana.
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