Cuando el señor alcalde de Valledupar, Augusto Ramírez Uhía, bautizó una biblioteca con el nombre de su esposa Lisbeth Rosado, habiendo tantos exponentes culturales y literarios en la región tirados al olvido, fue cuando supe que aquí el arte y la cultura están jodidas. Lo había presentido la vez que desde su administración compararon la escultura de Diomedes con la Torre Eiffel, cuando a leguas se ve que esa obra es una caricatura que no está construida sobre un estudio anatómico ni estético serio.
Esta vez le tocó el turno al mural ‘Tierra de dioses’ del maestro Germán Piedrahita, una obra que llevaba más de veinte años engalanando el marco de la plaza Alfonso López y que sintetizaba el folclor vallenato, el mismo que el señor alcalde se jacta de defender a capa y espada. Fue borrado sin explicaciones y sin estudios previos de posible restauración. Ante las inquisiciones sobre el tema, quienes deben responder guardan silencio.
Por su parte, Tuto continúa impulsando la construcción de escuelas de formación musical y es aplaudible, pero ¿será que no existe en el Cesar y en Valledupar otras expresiones artísticas que cultivar, apoyar e impulsar? ¿Será que estamos condenados a ser una ciudad acordeón-dependiente? ¿Será que los nuevos talentos deben irse al exterior para ser valorados, como sucede con deportistas y atletas?
No se trata de olvidar nuestras raíces. Se trata de quitarnos las anteojeras y comprender que hay algo más allá del vallenato, ese que hoy se ha prostituido a merced del consumismo y la comercialización.
Por el twitter, algunos simpatizantes del alcalde justificaban lo sucedido con el mural diciendo que “ya estaba bueno y que tocaba darle otra cara a la plaza”. ¿Será que así pensó la administración? Ignorancia total.
El arte surge en el Paleolítico Superior, pero se transformó totalmente cuando el Homo Sapiens se dedica a la agricultura convirtiéndose en sedentario, hacia el 8000 a. C., la época del arte rupestre. Poco a poco, el arte como actividad realizada por el ser humano para expresar sentimientos, emociones, ideas o simplemente la belleza fue evolucionando. Primero como una expresión espiritual y de fe, como los murales en las catacumbas o los jeroglíficos egipcios; luego como herramienta pedagógica, como el arte sacro de la Edad Media; posteriormente como expresión sublime de la belleza, como las obras de los maestros del Renacimiento. Actualmente se habla de estudio, difusión y conservación del legado artístico a cargo de museos, galerías e institutos especializados en el tema en todo el mundo, menos en Valledupar. El daño está hecho.