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El cuidado como nuevo paradigma

Me encontré con Bernardo Toro, quien fue mi profesor en la facultad de Comunicación de la Javeriana, para tener una de las conversaciones más relevantes de los últimos años. No podía venir de otra persona, los verdaderos maestros se quedan para siempre y vuelven a decirnos lo esencial. Su discurso de los últimos años sobre el cuidado como el paradigma de la nueva civilización debería extenderse como plaga, aunque suene paradójico. La cuestión es que el gran problema de la humanidad es el cambio climático y es el asunto que debe ocuparnos a todos porque va a cambiar, como ya lo ha hecho en países o grupos humanos con mayor conciencia del consumo, la manera de estar, de vivir, de vestirnos, de todo.
No vale mucho el poder y el éxito, esa palabra espantosa que parece definirnos ahora, si no podemos sobrevivir. No es el planeta el que está en riesgo, somos nosotros como especie. Eso no lo hemos entendido. Y no se trata de parar, como cuando se para la tala de árboles, se trata, como dice Toro de situar el cuidado como “nuevo paradigma de interacción y transacciones humanas, para adaptarnos proactivamente al desafío del cambio climático”.

Pero además de ver el nuevo paradigma, también Toro obliga al pensamiento de unos nuevos valores desde donde esta nueva cosmovisión pueda preveer, prevenir y controlar el calentamiento, el hambre, las inundaciones, el uso adecuado del territorio, de la energía y el agua. Nos dice que estos nuevos valores son: saber cuidar, saber hacer transacciones ganar-ganar y asegurar el acceso solidario al alimento. De otra parte, establece valores para el aprovechamiento de las oportunidades para relacionarse y aceptarnos como una sola familia: saber conversar, el respeto y la hospitalidad. Todo un nuevo orden ético para la sociedad civil, para la empresa y para el estado en un mundo que ya no admite fronteras.

Pienso en esto como si regresáramos a una hermandad originaria, no por condiciones de igualdad material o convivencia romántica, no por la nostalgia de un paraiso perdido abundante e intacto, sino por la comprensión del valor de aquello que verdaderamente vale: el cuidado de la vida y del amor. Creo que el llamado a cuidar debe convertirse en un asunto cotidiano, del aquí y el ahora. Hoy hay que cuidar, hoy hay que aprovechar la última gota de agua sin dejarla correr, hoy es menester consumir solo lo necesario, volver a arreglar las cosas de la casa para no remplazarlas. Y para cuidar debemos contemplar, pues todo es extraordinario, ¿acaso no han visto una uchuva sostenerse madura con todo su peso al interior de su ápice, que ya completamente poroso, en craquela, no cesa de cuidarla?

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María Angélica Pumarejo: