El cuento del gallo capón, que tuvo su origen en esa prodigiosa creatividad y capacidad narrativa del pueblo raso de Macondo, lo inmortalizó nuestro laureado con el premio Nobel de literatura, Gabriel García Márquez, en su obra cumbre Cien años de soledad.
Según su versión, “los que querían dormir, no por cansancio sino por nostalgia de los sueños, recurrieron a toda clase de métodos agotadores. Se reunían a conversar sin tregua, a repetirse durante horas y horas los mismos chistes, a complicar hasta los límites de la exasperación el cuento del gallo capón, que era un juego infinito en que el narrador preguntaba si querían que les contara el cuento del gallo capón, en un círculo vicioso que se prolongaba por noches enteras”.
Traigo a colación el cuento del gallo capón porque el mismo puede servirnos de metáfora a propósito del cuento de nunca acabar del dragado del Puerto de Barranquilla. En un remoto 1955, el mismo García Márquez, el cronista, relata en su reportaje titulado ‘Viacrucis de Bocas de ceniza’, cómo después de ser el más prestigioso muelle de embarque y desembarque de mercancías y migrantes hacia 1893, ya para 1955 estaba reducido a una “plataforma de hierro y madera” que amenazaba ruina. Y describe él la “flamante e inservible draga de Barranquilla”, la que no dudó en mostrarla como “un montón de hierro viejo” y retorcido.
A lo largo de todo el año de todos los años se registra con asombro cómo debido a las dificultades de la operación y la operatividad misma del Puerto de Barranquilla, estas están seriamente comprometidas por el bajo calado, el cual impide de manera recurrente que arriben embarcaciones sin exponerse a terminar encalladas en los bancos de arena producto del sedimento que arrastra el río Magdalena hasta su desembocadura.
Esta circunstancia genera incertidumbre en su operación y sobrecostos enormes a sus usuarios, perdiendo eficiencia y competitividad en el manejo de la carga. Esta calamitosa situación ha repercutido y de qué manera sobre el Puerto de Barranquilla, al punto que después de ser desde finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX el principal puerto marítimo de Colombia, a ser de quinta, después del de Buenaventura, el de Tumaco, Santa Marta y Cartagena.
A lo largo de la última década han desfilado por allí un sinnúmero de dragas para la remoción de los sedimentos, tratando de garantizar y estabilizar un mínimo de calado, mediante el mantenimiento de la operatividad del canal de acceso al puerto, sin lograrlo. Constantemente, ante el inminente cierre del puerto, se está apelando a la declaratoria de la urgencia manifiesta, de dudosa factura porque su recurrencia advierte la ausencia de hechos imprevisibles y sobrevinientes que las justifiquen, para contratar en volandas el dragado. Ello, con el fin de restablecer los niveles operativos y las condiciones de navegabilidad en el canal de acceso al Puerto de Barranquilla.