Las composiciones del maestro Rafael Calixto Escalona Martínez habían calado con mucho éxito en todos los rincones de Colombia, este aprovecha sus buenas relaciones con los entes de gobierno para radicarse en la capital del país y desde allí convirtiéndose en el embajador de la música vallenata en Bogotá.
El maestro Escalona tuvo la misión de pasar por el periódico el Tiempo para invitar a Enrique Santos Calderón al festival vallenato. En el diario conoció a una preciosa mujer quien lo abordó y le dijo conocer a Calixto Ochoa y a los Hermanos Zuleta Díaz, le manifestó además que a raíz de dicha amistad era asidua seguidora de la música vallenata.
La distinguida dama era tan linda que mientras Escalona esperaba la orden de ingreso se sumió en una larga conversación. Él, mientras dialogaba con ella, la miraba de pies a cabeza. Era muy bonita, fileña y morena clara, de buen alto y bonito cuerpo, de cejas encontradas, de ojos adormecidos y como era morena clara se había ganado de inmediato el corazón del maestro; ella gustosa con los halagos de Rafael, le pide que le invite al festival. Él complacido y flechado por cupido no dudo en hacerlo.
Escalona era un hombre lleno de virtudes, apegado a la amistad, a la sinceridad, a sus composiciones, al folclor; era a la vez un hombre, leal, cortés, galán y detallista. Le encantaba complacer a una mujer y por ello la colmaba de detalles; eran tantos que la dama cortejada nunca se resistía a estar con él.
Era un príncipe engalanado quien enfocaba su cortesía para halagar y deleitar al sexo opuesto.
Con tanta galantería, la mujer nacida en los llanos orientales; fácilmente enloqueció de afecto y amor hacia Rafael.
El maestro cumplió su promesa y le situó los pasajes a la linda y esbelta mujer quien el día indicado oronda y arreglada se presentó con maletas en mano en Valledupar. Rafael la recibe y hospeda en casa de su hermano Pachín.
Terminado oficialmente el certamen del festival vallenato. Escalona le insistió a su invitada de que antes de partir debía conocer al pueblo que lo vio nacer; ella gustosa le aceptó la invitación a Patillal; allí en las orillas de la Malena; en frente de un frondoso árbol de Caracolí colgó un chinchorro que le regaló, lleno de turpiales. Bajo la complicidad de un campano, amorosamente Rafael le mecía con la llanerita y en él le recitaba al oído canciones y poesías; ella le contaba historias bonitas de Arauca y de los Llanos Orientales, le hablaba de espantos y de brujas feas y de los misterios de aquella región; le enseñó la historia de la famosa Carmentea a la que Miguel Ángel le compuso una canción.
Cantaban joropo y él le enseñaba la forma vallenata de hacer una canción, le hablaba de potros y de las potrancas que se van del llano para otra región. Ella en su chinchorro tarareaba canciones vallenatas; le decía a Rafael que él era su potro y ella su potranca.
Historia que quedó sumergida en las profundidades y secretos del río Badillo quien fue el testigo del querer de aquella pareja de enamorados quienes desbordaron sus aguas a causa de la tormenta de pasión, de besos y caricias de un romance arrollador que fue observado a lo lejos por una pareja de koguis que, sentados en el peñasco de una colina, fueron cómplices de aquel desenlace de amor.
Entrepiernados, en las puras y heladas aguas del Badillo; ella emocionada por las caricias de Rafael le sacaba las cejas, le cogía las manos y le enseñaba caricias que él no conocía. Simulando con él ser una potranca cuando paren en el Llano y después que paren; lamen a su cría.
Por: Pedro Norberto Castro Araújo.