He querido enfocar algunos aspectos del desarrollo inicial del cristianismo, ya que nos hemos acostumbrado solo a mirar la parte religiosa, divina, apartando la perspectiva histórica, real y valiosa por demás.
Después de la crucifixión y muerte de Cristo, Simón Pedro, piedra angular de la comunidad, convocó a una reunión para llenar el vacío de Judas Iscariote, patrono de los desleales y traicioneros. La elección recayó en Matías y con él volvieron a ser «los doce».
Pocos días después aconteció lo que se relata en Hechos 2.1.6; la presencia del Espíritu Santo, que produjo el fenómeno de las llamadas lenguas en donde una multitud de origen heterogéneo escuchaba a los apóstoles en su propia lengua. Algo así como una traducción simultánea, y perdón por la comparación.
La labor de los apóstoles, inicialmente en Palestina, brindó sus frutos y los bautizados fueron miles. Pedro, en uno solo de sus sermones provocó una avalancha de unos tres mil que recibieron ese sacramento.
Reinaba entre esos grupos cristianos una especie de comunismo, vivían unidos entre sí y ninguno de sus bienes tenía dueño en particular y según se dice todos aquellos que mintieron a Pedro y se reservaron parte de su dinero, murieron. Lo usual era que quien ingresaba al cristianismo vendía sus bienes y los repartía entre todos, según la necesidad de cada uno.
Surge una incipiente organización jerarquizada, un obispo, sacerdotes y diáconos ayudan a la administración de los bienes comunes y los auxilios.
De entre ellos, el joven diácono Esteban. Acusado por el Sanedrín, fue lapidado por el pueblo en 33 d.C. Felipe predicó con éxito en Samaria, ubicándose definitivamente en Cesárea. Otros lo hicieron en Judea.
Pedro llegó a Roma 43 d.C. y allí fundó su iglesia y redactó su primera Epístola dirigida a las comunidades del Asia Menor. Muere en el año 67, como fruto de las persecuciones. Lo crucifican cabeza abajo en la arena del Circo de Nerón, ubicado en el montículo vaticano. Se cumple la profecía y cobran plena vigencia las palabras de Jesús: «Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi iglesia».
A finales del siglo se escribió la Doctrina de los doce Apóstoles, surgida en tierras de Siria, Palestina o Egipto, redactada en griego y vertida al latín y al árabe. Es el primer texto de Derecho Canónico: «Primeramente amarás a Dios que te ha creado y luego al prójimo como a ti mismo. Abstente de deseos carnales y corporales. No matarás, no cometerás adulterio. No abusarás de los jóvenes, no fornicarás, no robarás ni practicarás la magia, no harás perecer al infante concebido…», y así, todo un catálogo de preceptos admirables y sabios, base de la fe cristiana.
Hacia el año 62, Aniano hizo prisionero al apóstol Santiago y así solo quedó con vida Juan, el evangelista, que estableció muchas de las iglesias del Asia Menor y Grecia. Con la muerte de este concluye lo que se conoce como la etapa apostólica esbozada a simples trazos, pero digna y susceptible de lectura más profunda y detallada pues, como simple ejemplo de constancia y fe, no tiene parangón en la historia de la humanidad.