Admirable costumbre se evidencia al recorrer las calles de los barrios tradicionales de Valledupar en las primeras horas del día y observar el segundo oficio doméstico, después de hacerse el café: barrer el frente de la casa. Esta rutina simple denota la devoción por el aseo propio y el colectivo. Al cabo de dos horas las calles se verán completamente limpias.
Aunque la mayor parte de estos barrios de Valledupar en sus inicios fueron invasiones, se construyeron con un orden urbanístico razonable: calles anchas y rectas, espacios generosos para parques, colegios, iglesias y casas de las juntas de acción comunal. Los cambuches levantados inicialmente se convertían en casas bien construidas, porque para el valduparense la vivienda es el primer y más preciado bien. Deber del hombre era sembrar uno o dos árboles en el frente de la casa y frutales en el patio. Abundaban el mango, limón, marañón, mamón, ciruelas, tamarindo, níspero, anón, etc.
Rodolfo Campo Soto, primer alcalde elegido por voto popular, entre 1988 y 1990, puso en marcha su famoso programa de pavimentación por autogestión, haciendo llave con comunidades que respondieron con un civismo ejemplar. Se pavimentaron más de la mitad de las calles de los barrios populares en pocos años, respetando las vías peatonales y cumpliendo con las normas urbanas vigentes. Las empresas de servicios públicos de ese entonces también estaban a la altura de la ciudad, ofreciendo servicios de calidad a costos razonables. Aníbal Martínez Zuleta y Elías Ochoa Daza fueron dignos sucesores de Rodolfo Campo Soto.
Sumado a lo anterior, Valledupar tiene el privilegio de proveerse de agua del río Guatapurí, la más pura y fresca en toda la Costa Atlántica y gracias a una red decente de alcantarillado no nos habituamos a tolerar aguas putrefactas. Hasta hace unas dos décadas la ciudad, en su conjunto, era bonita, amplia, limpia, bien iluminada, arborizada y espaciosa. El vallenato lleva en su ADN ese civismo que ha hecho de esta ciudad ejemplo del caribe, sin creerse mejor que nadie, que es lo mejor.
Hoy el panorama tiende a ser preocupante. En muchos sectores de la ciudad el desaseo salta a la vista, el rebosamiento de aguas negras del alcantarillado (hasta en el mercado público) es habitual, toleramos arboricidios como el de los árboles de caucho de la avenida Simón Bolívar, nos acostumbramos a los huecos en las calles y avenidas, aceptamos obras públicas que afean la ciudad, como la ciclorruta del alcalde Socarrás y permitimos que algunas obras públicas se extiendan exageradamente en el tiempo, perjudicando el comercio y el tráfico vehicular. Nos es indiferente que bañistas y habitantes que colindan con el río Guatapurí descarguen en él desechos plásticos y basura, contaminando su guata pore (aguas frías).
Capítulo aparte es el tema del tráfico. El comportamiento y actitud de la mayoría de los conductores de vehículos y motocicletas deja mucho que desear en cuanto al respeto de las normas de tránsito, la tolerancia, el uso del pito, respeto por el peatón, etc. Creo que, en general, necesitamos reeducarnos en este tema.
No puede ser que nos acostumbremos a ver retroceder la ciudad y lo asumamos como una nueva normalidad. Qué bueno sería que la comunidad, la administración municipal, las empresas de servicios públicos, las iglesias, los colegios, las universidades y los gremios trabajáramos para restablecer a Valledupar como la auténtica capital mundial del vallenato y modelo de civismo en la Costa Caribe.
Azarael Carrillo Ríos