Por: Amylkar D. Acosta M1
La teoría del “Cisne negro” se debe al matemático y financista libanés Nassim Taleb y la define como aquellos eventos que se presentan de manera súbita y sorpresiva, causan un gran impacto, pero que pese a todo se pudieron prever. Estamos hablando de situaciones que rara vez se presentan y cuando se dan es de manera muy esporádica, incluso una vez en la vida; pero, aunque la probabilidad de su ocurrencia sea remota no se descarta del todo. De ello se sigue según él que “vivimos en un mundo que no entendemos muy bien y tomamos decisiones con base en lo que sabemos, cuando deberíamos aprender a tomar decisiones con base en lo que no sabemos”. Este es el caso, por ejemplo del grave accidente nuclear de Fukushima en el Japón, el cual se produjo pese a todas las previsiones que se tomaron después de los dos anteriores en Hamsbur y Chernóbil. También se han considerado cisnes negros por parte de los analistas el derrame de crudo en el Golfo de México en 2010, el ataque a las Torres gemelas en Nueva York va a hacer una década o la crisis financiera global reciente.
Pues bien, las devastadoras consecuencias del cambio climático pueden clasificar en la categoría de “cisne negro”, ya que, como lo plantea el profeta de la incertidumbre, como es considerado Taleb, son imprevisibles y catastróficas. El principal causante del desorden climático, según el Panel de expertos de las Naciones Unidas, “con un 90% de probabilidad, son las emisiones de gases de efecto invernadero provocadas por el hombre”.
Como lo sostiene el PNUD en su Informe sobre Desarrollo Humano 2006 – 2007 “el cambio climático amenaza con desencadenar reveses sin precedente en el Desarrollo humano” por situaciones extremas de sequía y/o inundaciones, amén de otros fenómenos no menos traumáticos y devastadores como son los ciclones, los huracanes, así como los cambios abruptos de la meteorología. Estos, además de recurrentes, son cada vez más frecuentes, intensos y duraderos. Los fenómenos del “Niño” y de la “Niña” dificultan los pronósticos del clima; cada vez es más frecuente que llueva en verano y haga verano en invierno. Y como lo afirma Green Peace “Dios siempre perdona, el hombre a veces, la naturaleza… nunca” los desafueros que se cometen contra ella. Y lo sentenció Galileo, hace muchísimos años: “Con toda justicia, la naturaleza se venga a veces de la ingratitud de los que la han maltratado durante mucho tiempo”. La humanidad toda está cosechando de lo que sembró.
Este es el trágico telón de fondo de la más grave tragedia invernal a la que se haya visto abocada Colombia en toda su historia, luego de la segunda ola invernal el número de damnificados supera ya los 3 millones; más de 400 muertes, 521 heridos y 78 desaparecidos es el saldo trágico hasta el momento. Como siempre ocurre en este tipo de siniestros los pobres han sido los que han llevado la peor parte, entre otras cosas por su mayor vulnerabilidad frente a los mismos. Como lo afirma Unni Krishman, Coordinador Internacional de Respuesta ante Emergencias de la organización humanitaria internacional Plan “por supuesto que sabemos quienes serán los más afectados por estos desastres. Son siempre los más pobres…son siempre los grupos vulnerables como los niños y las niñas los que sufren la peor parte de estos desastres”.
Más de mil municipios se han visto afectados en 28 de los 32 departamentos del país cuyos habitantes están literalmente con el agua al cuello. Más de un millón de hectáreas de tierras de vocación agrícola están totalmente anegadas; como lo informó el Ministro de Agricultura Juan Camilo Restrepo, más de 200 mil hectáreas de cultivos transitorios y permanentes fueron prácticamente arrasadas. De acuerdo con las cifras de ANALAC la producción láctea se ha visto reducida en un 50% y según el Presidente de Fedegan, José Felix Lafaurie, más de 85 mil cabezas de ganado están en inminente peligro de muerte a consecuencia de las inundaciones.
Más de trescientas mil viviendas han resultado averiadas, de las cuales más de setenta mil deberán ser reubicadas; ello, además de plantear un serio problema habitacional afecta enormemente la fuente de ingreso de muchas familias que trabajaban “por cuenta propia” desde sus viviendas y ahora lo han perdido todo. Además, la infraestructura vial del país que de por sí era deficiente y de baja calidad antes de esta tragedia que asola al país, ahora es un verdadero desastre. Para el asueto de Semana Santa siete carreteras nacionales y 30 vías secundarias y terciarias fueron cerradas, entre tanto en otras doscientas se tuvo que restringir el tránsito por ellas. Es decir, el sistema vial colapsó!
Bogotá, mayo de 2011
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