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El Cine Es Una Vaina Seria (II)

El segundo capítulo de mi inmersión profunda en el mundo de las películas lo viví en un viaje a Valledupar, cuando con doce años recién cumplidos rodé por las calles del barrio San Carlos hasta una casita de dos pisos, construida a las afueras de un hospitalario y cálido conjunto de viviendas a dónde mis padres me mandaban para descansar, ellos de mí, a pocos minutos de distancia de nuestro hogar y al amparo de unos tíos maternos que, hasta ese momento, consideraban confiables.

El cielo siempre estaba despejado, el agua de la regadera era helada. Toda la gente de mi edad, que vivía en los alrededores, se reunía en una cancha polideportiva ubicada frente a la casita de dos pisos de mis tíos. Aunque inicialmente se rieron de mi acento, que en ese entonces poseía toda la musicalidad del sur de La Guajira, reconocieron que admiraban la tradición apasionada y sangrienta de mis coterráneos, lo que no tardó en hacerme a cierta fama de respeto por el simple hecho de sobrevivir a mi terruño.
La principal afición de los preadolescentes del Valle de ese entonces era zambullirse de madrugada en las aguas glaciales del Guatapurí, pero durante esa temporada no se podía nadar. Lluvias recientes habían aumentado tanto el caudal del río que incluso el mejor nadador corría el riesgo de ser arrastrado por la corriente, hasta ahogarse. Había túneles entre las rocas, demasiado peligrosos para explorarlos debido a las fuertes corrientes que los circulaban.

Me gustó saber que la mayoría de muchachos de mi edad tenían moto, fumaban, se emborrachaban antes de ir a pasar el guayabo al amanecer del balneario Hurtado, con sus novias; y lo mejor, recibían una suma de dinero que regularmente les proveían sus padres, para desentenderse de ellos, con la excusa de enseñarlos a administrar sus recursos. Recuerdo haber creído que esa era la mejor manera de pasar la vida. Por suerte mis tíos estaban de acuerdo, y me permitieron hacer lo que quise con la plata que me aflojaron mis padres para gastarme en esas vacaciones.

Una vez agotada la posibilidad de ir al río, nos sumergíamos en las calles calientes de la periferia y del centro de Valledupar. Esquinas en donde aprendí a fumar, a beber, a jugar billar, a manejar moto; vi un montón de cine para adultos con mis nuevos amigos y, a punta de observación, capté cosas que han sido fundamentales para mi formación.

Por ejemplo, que la hija de la vecina de mis tíos unos días iba a cine con su novio del colegio y otros conmigo, haciendo caso omiso al cacareo de los detractores de nuestras citas. Así pillé como ir a ver una película puede ser una coartada o un mediador para otras circunstancias. Me faltaban varios años para tener la preparación necesaria para ver cintas hechas por fuera del marco de Hollywood, lo que no estaba ahí para mí no existía, pero el celuloide ya empezaba a revelarme sus secretos.

Jarol_Ferreira: