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El cielo, nuestra herencia

Por Valerio Mejía Araújo

“…para una herencia incorruptible, incontaminada e inmarchitable, reservada en los cielos para ustedes…” 1° Pedro 1:4
Todos nosotros poseemos cierta intuición en cuanto al cielo. Nuestra intuición nos dice que el cielo debe existir porque la justicia lo exige.

Hay tanta bondad aquí que no recibe recompensa. Tanta verdad aquí que pasa desapercibida. Tantas cosas nobles y hermosas que aquí nunca reciben reconocimiento. En forma instintiva, creemos que en algún lugar, de alguna forma, lo justo será vindicado.

También tenemos una imaginación soñadora acerca del cielo, representándolo como una ciudad celestial, un agradable futuro o la tierra prometida. Lo imaginamos como un lugar de oportunidades y posibilidades sin fin.

Pero con todo, tenemos poca información al respecto. La ciencia y la filosofía no pueden decirnos qué hay después de la muerte. Pero la fe, lo explica con detalles: Con la resurrección de Jesucristo, Dios nos ha dado esperanza.

Tenemos algo que esperar después de la muerte. Y lo que con gozo anticipamos es una existencia permanente, una identidad indestructible, una vida eterna.

El patriarca Job preguntó: “¿vivirá el hombre después de la muerte?”. Jesús respondió: “Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente”. 

Esta vida después de la muerte, es tan maravillosa y gloriosa que también recibe el nombre de herencia. Por lo que Pedro exclama: “Bendito el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que según su gran misericordia nos hizo renacer para una esperanza viva, por la resurrección de Jesucristo de los muertos”.

Lo que anticipamos es una vida después de la muerte que ha preparado un Padre celestial amoroso, un Salvador eterno y un Consolador divino; es un lugar preparado como una herencia.

Esta clase de vida es incorruptible, indestructible. Casi todos nosotros, nos hemos enfrentado al dolor y la aflicción por la pérdida de nuestros seres queridos.

Pero Dios promete que allí no habrá más muerte, ni habrá más llanto ni lamento ni dolor, porque las primeras cosas han dejado de existir.

También esta vida es incontaminada. La vida en la presencia de Cristo será santa, pura y sin mancha. Allí no habrá traiciones, codicia, lujuria, odios, rivalidades y celos. Allí no habrá tentaciones ni malos deseos que manchen o contaminen esa vida. 

Igualmente, es una vida inmarchitable. Esto significa que el tiempo no le produce deterioro. Nunca se marchita ni se deslustra. 

Además, está reservada en el cielo para nosotros. Aunque en este mundo, no estemos preparados para la eternidad, nuestra herencia nos está reservada. Está esperando el momento de partir, cuando estemos listos para ella.

¡Oh, que tremenda esperanza! ¡Qué herencia: una vida después de la muerte que es incorruptible, incontaminada e inmarchitable y reservada en el cielo para nosotros!. 

Querido amigo lector: Recuerda que la única forma de poder recibirla es mediante la fe personal en Jesucristo. Por gracia mediante la fe. ¡Recibe a Cristo en tu corazón y asegura tu herencia entre los santificados!

Te mando un abrazo en Cristo…

 

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