A través de la historia de la humanidad conocemos que en el mundo se han presentado y desarrollado muchas pandemias. Ahora podemos decir que la del cambio climático es la más amenazante por las condiciones sistémicas que afectan no solo a los humanos, sino a los recursos naturales.
Junto al cambio climático se viene desarrollando un virus que se multiplica peligrosamente y sus contagios se han propagado por todo el mundo y ha sido letal para muchos humanos; las pandemias se ha dicho que tienen su ciclo, pero hay unas que perduran, y, como tal, convivimos con ella, ejemplo patético es la proyección geométrica que produce el Sida y la malaria, que desde hace muchísimos años han puesto su buena cuota de muertes.
Tenemos un triste recuerdo sobre la malaria, que para combatirla en su momento se hizo obligatorio erróneamente en Colombia las fumigaciones casa a casa con un deletéreo insecticida llamado DDT (Dicloro-Difenil-Tricloro-Etano), semejante horror tan contaminante. Recordemos también que este insecticida fue primordial y se usó muchísimo en el cultivo del algodón como plaguicida, especialmente aquí en el Cesar, donde llegamos a cultivar 126 mil hectáreas para la década de los 70.
Al respecto, no se puede escapar decir que este es un componente sistémico y residual, es decir, que persiste y penetra en el ciclo biológico dentro de la cadena alimentaria.
Menos mal que al darse cuenta de los daños que producía ahora está prohibido su uso, sin embargo, no dejan de utilizarlo con otros nombres o figuras.
Dicho lo anterior, digamos que nuestra intención en esta oportunidad es hablar de esta otra pandemia permanente que no cesa un segundo de atacar por todos los frentes, ya que se expande por cada uno de los rincones del planeta Tierra y sabemos que se trata de la destrucción del medio ambiente, considerado un verdadero “ecocidio” para llegar al estado en que estamos.
Sobre esto se ha hablado y se habla bastante y no se puede dejar de hacerlo, aunque para muchos sea considerado una estulticia (necedad).
No es para menos que se estén realizando tantos COP (Comités de las partes) de todos los estados del mundo, aunque sus resultados no hayan sido tan fructíferos para morigerarlo o llevarlo a sus justas proporciones con el control de la producción de CO2 y gas metano (CH4). Pues bien, el calentamiento global es pandemia de pandemias ya que es tanto lo acelerado de sus consecuencias que se impone empezar desde ya capacitarnos para enfrentar el reto que implica vivir con él, y para ello, tener mucha resiliencia; hoy por hoy, tenemos en el mundo más de 200 millones de desplazados por esta causa y los muertos son incontables, es decir, es una catástrofe, teniendo en cuenta que esta pandemia no duerme.
Aún así, notamos que desde las altas esferas administrativas de decisión, olímpicamente a costa de la destrucción y contaminación de recursos fundamentales como el agua, suelo, aire y vegetación, están entregando licencias mineras y exploración de condición ambiental con el baboso argumento que la minería es una gran oportunidad para el desarrollo del país y en particular de las regiones (para la muestra un botón: Cesar y Guajira), a cambio de unas mal llamadas regalías que en ningún caso compensan la degradación irreversible de excepcionales tesoros naturales.
Digamos de paso que no es que el ecologismo sea radical y se oponga al desarrollo, sino que exige que se respeten las leyes ambientales y se actúe de consuno con ellas, que se hagan explotaciones mineras, pero no en lugares protegidos o de especial importancia ecológica.
Todas las irreverencias contra los recursos naturales contribuyen a exacerbar las enfermedades endémicas y pandemias como la que estamos pasando que, aunque tengamos mucha resiliencia, no resiste los cambios.