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El calvario de María Francisca Lima

María Francisca debe hacerse cargo de la casa y de cada uno de sus nietos.

Entrar a la zona es bastante complicado. Al menos ese es el imaginario que se tiene del barrio Pescaito, en Valledupar, donde, aparentemente, existen ollas de microtráfico y residen vándalos.

El taxi nos dejó a varios metros de ese sector en la margen derecha del río Guatapurí, una zona de alto riesgo, donde habitan más de mil habitantes de escasos recursos, entre vulnerables y desplazados. Caminamos hasta el final de la calle, justo a escasos cinco metros del caudal del río, estaba la vivienda que buscábamos: un ranchito, hecho de cartones, plásticos.

Allí estaba ella, María Francisca Lima Cantillo, con un vecino y dos de los siete nietos que están a su cargo desde varios años. En sus manos tenía un plato de arroz de menudencia, al igual que las pequeñas. Eran las 11:45 de la mañana y ese era el primer alimento del día y, al parecer, el único.

Me presenté, al igual que mi compañero de trabajo de campo, y con amabilidad nos hizo entrar. Un montón de hormigas arrieras nos seguían el paso, por toda la casa. La mujer señalaba el techo de cartones y plásticos que se hundían por el agua de la lluvia que se acumuló en horas anteriores.

Sacó dos sillas, las limpió y comenzó a decir “anoche no pude dormir, desde las 3:00 de la madrugada estoy despierta, tenía miedo que la casa se fuera a caer, estaba pendiente de los niños, corría de aquí para allá, poniendo olla en todos lados, donde caía agua. Allá todavía tengo un pote full de agua”.

Con 67 años, cumplidos María Francisca lleva 3 de su vida viviendo en este riesgoso lugar con sus siete nietos de 14, 12, 11, 10, 7, y dos de 6, y su hija Juanita, de 20 años, quien nació con parálisis cerebral y merece especial cuidado, por lo que casi no permanece en el hogar.

“Ella está ahora en Codazzi, allá le están haciendo un tratamiento y todos los días se la llevan. Desde las 7:00 a.m. hasta las 6:00 p.m. permanece en un centro de salud para brindarle ese cuidado que yo no le puedo dar y para que se mejore” explicó la astreana.

Su triste historia

“Me fui pa’ Maicao con mi marido -Luis Miguel Fontalvo Caballero- de ahí nos mudamos a La Jagua, donde él vendía lo que fuera y yo hacía aseo en el hospital del municipio. Él se puso malo y me lo traje para Valledupar y aquí se murió porque le dio un dolor de repente y lo llevaron a operar y fue cuando el doctor me dijo que no sobreviviría porque se le reventó el páncreas” aseguró María Francisca.

La muerte de su compañero sentimental se produjo en agosto de 2007 y a los Ttres meses, uno de sus dos hijos, quien le ayudaba económicamente y trabajaba en una peluquería, lo asesinaron sin razones aparentes. Dejó dos hijas.

“Por este motivo me fui yo para Codazzi, con mis nietos, me rebuscaba en lo que fuera, pero como por ser un pueblo pequeño, los trabajos eran pocos y casi no se ganaba y fue cuando decidí venirme pa’l Valle con lo poco que recogí de amigos y gente solidaria”.

Años después, se encontraba viviendo en el barrio Amaneceres del Valle, al suroriente de la capital cesarense, en la invasión Los Ciruelos. De allí fue desalojada por el Esmad, tal como sucedió con todos los invasores. Hecho que la conllevó a alquilar una pieza para ella y sus niños.

Pero la falta de dinero la hizo desocupar la casa y buscar una más económica, una de tabla en el sector de El Pescaíto, donde estuvo arrendada durante cuatro meses, pero por falta de trabajo y recursos económicos también tuvo que desalojar, esta vez sin voluntad.

“El señor me sacó los chismes para la calle, yo le pedí ayuda de un amigo, quien realizó un cambuche, donde dormí los primeros días sin techo, después comencé a buscar ayuda en los almacenes para que me regalaran plásticos y cartones para guardar las pocas cosas que tiene en su ranchito.

Crítica situación

Vivir a pocos metros del río Guatapurí es un completo riesgo para María Francisca, su hija y nietos, quienes están vulnerables a ser arrastrados por las aguas en época de lluvia. Los primeros días del invierno del presente año ya inundaron el rancho.

En muchas ocasiones esta mujer dice haber tocado puertas en las diferentes entidades territoriales para salir de este calvario, que la consume en tristeza cada vez que piensa que no tiene un lugar digno para vivir o dinero para comprar alimentos para sus nietos.

“Recibía ayuda de la UAO (Unidad de Atención al Desplazado), pero esta vez me la negaron disque porque la ayuda solo es por 10 años y a mí ya se me cumplieron” afirmó la mujer.

Cuando Lima Cantillo creyó que uno de sus sueños se haría realidad, con la noticia de ser beneficiaria de un subsidio de vivienda, se le presentó una serie de inconvenientes. El Fondo de Vivienda de Interés Social de Valledupar, Fonvisocial, le recomendaría buscar casa usada para poder comprarla, pero durante tres años no pudo conseguirla a un precio de 11 millones de pesos, valor del subsidio.

Tiempo después conoció que la Caja de Compensación Familiar, Comfacesar, le ayudaría con la vivienda, aumentando el subsidio a un valor de 14 millones de pesos. Recurso que utilizaría para las casas del proyecto Chiriquí, al sur de Valledupar, pero que la edificación de las primeras 40 viviendas se paralizaron por falta de recursos, opacando la alegría de ella y los pequeños.

“Siempre me dicen que para el siguiente mes del que está en transcurso, ahora estoy a la espera de la entrega que ofrecieron en julio de este año” manifestó la abuela, quien sueña con salir de ese lugar y brindarle lo mejor a sus pequeños.

Por Merlin Duarte García/EL PILÓN 

merlin.duarte@elpilon.com.co

Categories: Crónica
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