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El Cabirol de este mundo

Por: José Gregorio Guerrero
Nadie sabe cómo llegó, pero lo hizo pisando fuerte en este sector del planeta.  Era el soldado estrella del batallón Bomboná, ubicado donde hoy queda el antiguo hospital  Rosario Pumarejo de López, una de las obras del maestro Zárate, mi abuelo.
Hablo de 1940 año en que este extraterrestre terráqueo (no cabe antítesis alguna en este caso)  llegó de Zambrano, en el departamento de Bolívar  y de golpe robó la atención de Emma Vega su gran amor, en el primer permiso que le dieron.  Él vestía impecable, nunca se le vio una arruga en su consumado  ropaje; para ponerse los pantalones, guindaba el pantalón con unos hilos pendidos  del techo y con el mayor cuidado se metía en él,  para no borrarle los pliegues que deja  un esmerado almidonado y planchado,  cuatro dedos abajo de las tetillas quedaban ubicados por el resto del día; luego de vestido salía caminando con un ademan entre militarote de alto rango y pistolero del oeste, y no volvía a sentarse en el día, para no arrugar la indumentaria. Con unos bigotes perfectamente pintados con un lápiz de ceja negro, como también  la extensión de las patillas hasta llegar a la altura de las cordales. Con la palma de las manos abiertas y mirando para el cuerpo,  emprendía una marcha que lo llevaba a todos los lugares de Valledupar,  llegó a llamar la atención del senador Pedro Castro Monsalvo, quien le divisaba su inteligencia adulta escondida en una locura de vida y hablaba con él hasta el cansancio. Pasó de ser soldado raso a general de la república, por merito y reconocimiento propio y año tras año fue ascendido y condecorado en una carrera militar que desarrolló con altura y dignidad en el cuartel de su imaginación: “nací para ser general” decía.
Dicen que adquirió el nombre de Cabirol por un fuerte analgésico; pero investigando yo encontré que Cabirol fue el sastre de la nobleza del romanticismo italiano, un hombre tan impecable y elegante como Gilberto Galván Báez, el gran Cabirol Colombiano, y presiento que nunca dio a conocer la realidad de su mote, porque no lo iban a entender, el pueblo vallenato no estaba preparado para eso, y lo tomó como secreto de estado. Nadie lo vio fumar cigarro alguno de estimulación extrema, solo se sabe que la bacanidad la llevaba impregnada en la sangre y de esta forma volando más que el viento, le tomaba el pelo a la vida y a las mujeres bellas, como aquel jueves Santo que vio venir una dama hermosa en plena procesión y se le tiro al paso, de rodillas “atropéllame camión sin frenos” le dijo. Fue el mejor alfarero que ojo humano haya visto, hacía mil ladrillos por día. Dice Mahoma que un lunes Santo lo vio hacerlos, vestido completamente de blanco, y cuando terminó la tarea  se fue para la procesión, igual de impecable como había llegado bien temprano.
Esa mañana el cielo amaneció encapotado, las nubes bajaron a escasos cinco metros del suelo,  cuando ven a Cabirol en la mitad de la calle, con los brazos abiertos, en señal de crucifixión, alzó su rostro al cielo, con los ojos cerrados, mientras sus labios pronunciaban una retahíla de palabras que solo él sabia; a los pocos minutos el sol brillaba en su máxima expresión. “Quieren hacer lo que  les da la gana” dijo. Eso me lo contó Monra que lo vio en compañía de Monao y Óscar Pupo, el esposo de Eva. Después de organizar la atmosfera y de mandar a las nubes para su puesto donde tienen que estar, se paró en una esquina, y presenció un accidente: a un hombre que venía en una cicla Philips lo atropelló un carro y el tipo de la cicla murió- se lo llevó Lucrecia- así le decía Cabirol a la muerte, las vecinas le brindaron para los nervios una tasa de aromática- “el que toma brusco pierde la moral”- dijo- y sugirió mejor un buen café negro cargado, con  azúcar, ese día Cabirol lloró de ver como Lucrecia aparece sin ser llamada; y se lleva sin son ni ton al man de la enciclopedia- dijo-.
A raíz del accidente fue él, único testigo en cuerpo presente, y el inspector lo cita para escuchar su versión.  El inspector lo mira y le dice:  “señor Gilberto Galván Báez, mayor de edad y vecino de esta ciudad, ¿qué tiene que decir al respecto?”- Cabirol lo mira – “primero que todo soy Gilberto, pero de gil no tengo es nada. Y segundo yo estaba en la esquinaca y el man venia pidiendo vía, y pedaleando en la garza; en eso aparece el rinoceronte y el man se vuela la esdracua, y panpindan listo el pollo. ¿Satisfecho inspector?”. Ese fue Cabirol, vivió su mundo como quiso,  y hoy es un personaje del mundo vallenato.
Las modas que usó Cabirol, causaron risas en Valledupar, hoy se aprecian en las calles de París, Nueva York, Londres, o en las pasarelas de Milán, se pueden ver también en desfiles de moda de los mejores diseñadores del mundo de la confección. Fue un visionario de la moda. Fue todo un bacán.
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