“Dios es mi pastor, nada me falta. En verdes pastos me hace reposar…”: Salmo 23,1-2.
Un cálido saludo para mis amigos y lectores. Después de un enero vacacional, y cargado de promesas e ilusiones, estamos de regreso. Creemos que este año será un buen año. Será un año donde experimentaremos el amor y la misericordia de Dios, amparados en su pacto de paz y bendición.
Los hijos menores de cualquier familia se consideran el resultado del último esfuerzo de sus padres, generalmente son informales y consentidos. Sus padres han hecho el gasto de la disciplina y corrección con los mayores y la laxitud y ausencia de normas es la característica primordial con los menores.
Por tener como referente a sus hermanos mayores, los hijos menores no se esfuerzan por desarrollar su liderazgo y les parece más cómodo seguir que dirigir. También fue así en los tiempos bíblicos. En un pequeño poblado llamado Belén, vivía una familia con ocho hijos, los siete mayores trabajaban en el campo con su padre, mientras el menor era enviado a las montañas para apacentar el rebaño de ovejas de la familia.
Durante esos largos y solitarios viajes pastoriles, este hijo menor iba acompañado de su honda y un instrumento musical de cuerdas. Mientras las ovejas pastaban en esas llanuras extensas, era mucho el tiempo libre y con el transcurrir de los días y las semanas, llegaba el tedio y el aburrimiento.
Esa sensación de soledad que carcomía su alma solo era mitigada por la práctica constante de tiro al blanco con su honda, y la alegría que llegaba con las notas musicales de su arpa y el canto repentista que nacía del corazón.
Pero el detalle más sobresaliente es que, este hijo menor, pastor, hondero y trovador, también amaba a su Señor. En las noches frías cuando las ovejas dormían, contemplando el mortecino fuego de la hoguera, rasgueaba su arpa y ofrecía a Dios un concierto, cantando los antiguos himnos de la fe de sus antepasados, mientras alababa y adoraba a Dios.
No faltaban las fieras depredadoras que asolaban el rebaño, por lo que la vigilancia era extrema. Un atardecer, mientras cantaba a todo pulmón oyó el quejido lastimero de un corderito, que era llevado entre las garras de un enemigo vivo: Parecía un oso o un león que se había abalanzado sobre un corderito que pacía tranquila e ingenuamente.
Raudo salió tras él, se interpuso en su camino, mientras instintivamente buscaba una piedra en su mochila, puso la piedra en su honda y pronto un guijarro lizo del arroyo silbó en el aire para impactar en la frente del animal¸ llegó hasta el animal, arrancó al corderito de su boca y con sus propias manos abrió su quijada y lo mató.
Luego abrazó al corderito y le susurró al oído: ¡No temas, yo soy tu pastor y Dios es el mío!
Y así, durante la noche, inspirado en el suceso de la tarde, compuso una canción y la lanzó al cielo para que trascendiera las estaciones y las edades y llegara como bálsamo sanador a todos los quebrantados de corazón de todos los tiempos. ¡No temamos! ¡El Señor es nuestro pastor!
Recordemos: En tiempos de incertidumbre política donde el futuro es confuso. No tengamos temor. Dios es nuestro pastor y él no faltará. Te mando un fuerte abrazo y muchas bendiciones del Señor.
valeriomejia@outlook.com