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El baile de las Musicianas

Obra de Kajuma.

Por: César González 

“A lo oscuro metí la mano

Y a lo oscuro metí los pies

A lo oscuro hice mi lio

Y a lo oscuro lo desaté”.

Ángel Viloria.

El vuelo de una guacamaya azul-amarilla atravesando la noche negra. Me viene esa imagen cuando pienso en sus pinturas, en su obra y vida como una misma composición del todo, de toda su acción creativa. En el capitán de un barco ebrio gritando a la tormenta y a la mar, huraño poeta beatnik que bien supo distinguirse de quienes por debajo del proceso se acomodan siempre a la ambición, y a lo que el mercado en su juego les demanda, mediocridad por bandera  y  el oficio por pose. El artista real no muere, impoluto pervive en su obra, el carácter de su espíritu impregnado entre los habitantes, en casas, bares, restaurantes, oficinas, queda en nosotros como el olor del cardamomo por los días de noviembre, como el olor de la tierra mojada antes de un aguacero, el artista deja su mancha mística, misteriosa, algo que habla por todos en silencio, una ofrenda no merecida, un despliegue de talento que nos comunica como pueblo. El genio hace de su gente materia prima para su acto, hace del mundo partícula íntima de su mundo, puente entre dioses y mortales, este tipo de pintores son el atípico fenómeno estético en la plástica de una época. La pureza del color se impone en la mayoría de sus cuadros, sentimos el verde (uno de sus colores preferidos) como una invocación a lo natural, cierta fijación al estilo Vermer, rasgo que también atraparía a la pintora Beatriz González posteriormente como un símbolo inicial, elemental y definitivo en sus trabajos. Así Carlos Julio Márquez deja entre sus contemporáneos una obra extensa, variada, versátil, radical, que entre mamadera de gallo retrata la comarca, la universaliza, la hace visible, refrán, saber popular y por supuesto obra de arte. En sus pinturas no falta la luz, mucho menos las sombras, pocos pintores manejan el contraste de las emociones a través de la psiquis misma, a vivir sus traumas y elucubraciones con total sinceridad, como pinta respira y camina, y hasta come su pescado y hace el amor. Observar una pintura de Kajuma es habitar los colores, el caos que éste solicita, entropía pictórica de quienes todo lo arriesgan a sabiendas de perder, necesidad animal de saltar al abismo, a realidades ajenas, propias, desconocidas, espejadas, mundos inventados, utópicos, para no morir en las “absolutas verdades”, como en ‘La flautista’ que pude observar (que no es lo mismo que mirar) durante muchos días en una marquetería del centro de Valledupar, Caballero el dueño, me permitía admirar las pinturas, ahí pasaba el tiempo, o se detenía, ya no recuerdo, una ninfa de antifaz, salida de un cuento surreal, materializada en el espacio, musicalizada en el tiempo interpretando una melodía que sólo el espectador puede escuchar. 

Si hay quienes pintan el sonido, el movimiento, lo oculto, la luz, los sueños y las pesadillas, entre ellos, sin lugar a dudas, está la obra del  maestro Márquez. El artista juega con los opuestos, y los reconcilia en un equilibrio que es estético, no ético. Esbeltas amazonas salen de una tundra de colores y salvaje erotismo que atrapa, entona a las musicianas, les invita una copa, ellas aceptan, son suyas y él de ellas, ahí se quedará a vivir durante mucho tiempo el pintor, se sentirá a gusto con el volumen, las formas y sus composiciones sensuales, mujeres saxofonistas, cuerpos eléctricos, escamados de verdes esmeraldas, como piernas macizas de eucaliptos, azules marinos turquesas con relucientes amarillos toche y tonos fríos, grises que quiebran un naranja, negros que se estrellan con un rojo bermejo, grietas por donde se cuela su queja, su desprecio a la finitud de la noche, a la vida que irremediable termina. 

Una fiesta así sólo se vive en el imaginario de un artista de su categoría y contrasta bruscamente con los modelos de vida que aún permanecen enquistados en nuestra cristiana y postmoderna sociedad, la expresividad en la mirada de sus retratos, sin llegar al realismo, pero siempre vigilando el gesto, la fragilidad de una cayena que decora el peinado de una muchacha tostada por el sol del caribe, solitaria, hermanada y musical, vestida y desvestida casi siempre, otra de sus series que denota su inagotable genialidad, su búsqueda insaciable por el acto de la belleza, su dedicación artesanal y minuciosa, claro ejemplo de un auténtico obrero de la plástica. 

Los yuqueros’,  cuadros decorativos, muestran que el artista siempre es, en lo abundante y en lo austero el Artista, la serie de los parranderos puesta en manos del pueblo, de sus amigos y de sus enemigos, no deja de ser menos expresiva y lúdica por comercial que se le parezca, es posible que haya sido de mucha ayuda para el pintor en el ejercicio de vivir, económica y emocionalmente estable durante algún tiempo, para después proseguir su destino. Por ésa misma ruta, pero con denotado refinamiento y osadía, ‘Los Quijotes’, otra más de sus series con gran acogida, testimonio de un momento crucial y paradójicamente nítido, o de alguna accidentada eureka, quién sabe, las aventuras en las que sus pinturas nos sumergen a vivir entre la interminable contienda del artista y los poderes, molinos de vientos y locos lectores, la liquides del arte hoy día y el mercado, a pie o galopando sobre caballos fantasmas, sorteando los vejámenes que nunca faltan. 

¿Logrará el artista escapar de la tiranía, del manoseo social, o acabará viviendo para siempre en la repetida historia de la precariedad despertando ya tarde en el exilio o inxilio propio, en el señalamiento ajeno, en la añeja crítica con unilateral sentido moral, errando para  que  los que miran aprendan a errar, a vivir en primeras, a morir en últimas?… todo gran pintor viene a ser, más allá de apropiarse del mundo, pienso yo, a descubrirlo. 

En todo caso, no puede haber duda que después de muchos años de paciente investigación este pintor ha hallado los irreductibles símbolos de lo que es fundamental en la vida del espíritu, esos principios que personificamos en los conceptos de Eros y de Thanatos.     

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