Por: Valerio Mejía Araujo
“… Mañana es nueva luna y tú serás echado de menos, porque tu asiento estará vacío.”
1 Samuel 20.18
Todos aquellos que trabajamos con personas: Sacerdotes, pastores, maestros, líderes comunitarios, jefes de oficinas, etc. por lo menos una vez, hemos recibido el mensaje desolador del asiento vacío. El asiento vacío habla con elocuencia. El asiento vacío nos dice: “Tu sermón o enseñanza no vale.” El asiento vacío testifica contra los cultos o las reuniones. Mata la inspiración, ahoga la esperanza. Aleja el entusiasmo y es un peso desanimador para todos aquellos que trabajan con el recurso más valioso de toda organización: El Talento Humano.
Por otro lado, el asiento ocupado es un ala, es un estímulo, es un incentivo y una inspiración al predicador y a toda persona que ama servir a Dios y a sus semejantes.
Pero también en esta época de Navidad, en muchos hogares habrá sillas vacías que eran ocupadas por familiares y amigos que han partido a la eternidad y ya no están con nosotros. Estas personas que han partido con el Señor deben ser recordadas con resignación no desesperada, y no debemos asignarles el triste papel de acongojarnos en los momentos de felicidad familiar. Ciertamente las Navidades son una celebración en la que se mezclan las tristezas de recuerdos penosos con el alegre sentido de la celebración.
Una oración agradeciendo a Dios la vida del ser amado que partió es práctica devota, pero sin llegar al extremo de permitir que recuerdos de ayer oscurezcan las celebraciones de hoy.
Me pregunto cuántas sillas aparentemente vacías permanecen en nuestras celebraciones navideñas, y digo “aparentemente” porque ciertamente no están totalmente vacías. En ellas se sientan la tristeza, el dolor o la aflicción de recuerdos que para los cristianos no debieran ser dolorosos, sino triunfantes.
Los estudiosos del comportamiento humano saben que en los días especiales del año como son la navidad y año nuevo, se acentúan las crisis emocionales de muchas personas. Hay quienes creen que el amor, para no ser traicionado, tiene que asociarse con la tristeza, y a los seres amados que han partido hay que recordarlos con llanto mientras otros ríen.
No es de extrañarnos que en los días más festivos del año caigan muchas personas en un peligroso proceso depresivo. Por eso, debemos atender con especial cuidado, estas tres emociones para estas navidades:
La soledad. Es un factor muy negativo que influye en personas que por razones de edad o circunstancias especiales de la vida han perdido a sus seres más cercanos y viven en un deprimente marco de ausencia de relaciones.
La nostalgia. Es otro sentimiento muy propio de la navidad. Los más jóvenes no entienden que las personas mayores añoren sus vivencias del pasado; pero es natural que los que cargamos un cerro de años, pensemos en los días en que nuestros hijos reclamaban sus juguetes, recordemos la presencia amable de vecinos de cuyos caminos no hemos vuelto a saber, y fijemos el corazón en la felicidad dibujada en el rostro de los abuelos a la vez que extrañemos las comidas típicas que eran nuestro deleite.
Yo confieso que albergo también mis nostalgias navideñas, también tengo varias sillas vacías que imagino, alrededor de la mesa, con una noble sensación de tristeza alojándoseme en el corazón. La añoranza. No creo que sea impropio recordar, añorar, desear a las personas que nos han antecedido en el camino al cielo y que fueron valores reales que enaltecieron, con amor e influencia, nuestra propia vida; pero lo que no debemos hacer es entristecer a otros con nuestra tristeza.
Amados amigos lectores: Hay realidades que son incontrolables y con las que tenemos que aprender a vivir. Hay ausencias que no se reponen, recuerdos que no nos regresan al ayer, secretos íntimos del alma que no revelamos y que el sólo hecho de revisarlos no nos lleva de la mano por las sendas ayer andadas. La navidad es una celebración complicada cuando no despejamos sus incógnitas amparados por la gracia de Dios.
La soledad, la nostalgia y las añoranzas que nos castigan el alma hay que llevarlas al pesebre donde reposa el niño Jesús. El puede hacer de las espinas, flores. Esa adusta silla vacía que es el símbolo de que no nos hemos resignado porque no hemos entendido el significado verdadero de la muerte, tiene dueño y ocupante. Pertenece a nuestro Señor y Redentor. Quitémosla del sitio que ocupa ante la mesa y la celebración y trasladémosla a nuestro corazón. Allí se convertirá en el trono desde el que reina el amado niño-Dios.
Preparémonos para esta noche de navidad. En Navidad, el Señor que todo lo puede, santifica nuestra soledad con su compañía; supera nuestras nostalgias con su consuelo, alivia nuestra inquietudes con el regalo de su paz y llena la silla vacía de nuestras vidas convirtiéndola en el trono desde el cual nos inunda su gracia salvadora y fortificante.
Dile conmigo: “Querido Jesús: Gracias por permitirme celebrar tu nuevo nacimiento en mi corazón. Bendícenos en esta navidad. Amén”.
Desde lo más profundo de mi alma te deseo una muy feliz navidad.
valeriomejia@etb.net.co