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El arte: un universo de emociones encerrado en un lienzo

En la casa de mis abuelos, el arte no colgaba de las paredes; habitaba en ellas. Crecí entre cuadros de artistas locales que, sin saberlo, me acercaron al arte y despertaron en mí una sensibilidad especial. Recuerdo especialmente una obra de Chicho Ruiz que aún me acompaña en la memoria. Era un cuadro imponente, aunque tal vez mi tamaño infantil lo hacía aún más monumental. Representaba a un indígena pensativo, sumido en un diálogo silencioso con la Sierra Nevada. Los tonos azules parecían envolverlo en una bruma de introspección. Ese cuadro no solo decoraba: transformaba. Podía perderme contemplándolo.

Esa es la magia del arte: nos habla, nos conmueve y nos transforma. A veces, el artista tiene una intención clara, como Pablo Picasso con su monumental Guernica. Expuesto en el Museo Reina Sofía de Madrid, este cuadro, creado en 1937, se convirtió en un grito desgarrador contra la Guerra Civil Española. Picasso retrató el bombardeo del pequeño pueblo de Guernica por la aviación alemana, mostrando el sufrimiento humano con figuras fragmentadas y colores monocromáticos. Al estar frente a esta obra, uno no solo observa: se enfrenta a un clamor que atraviesa los años y nos recuerda las cicatrices de la humanidad.

Sin embargo, no todo arte nos lleva al dolor; muchas veces, el arte nos regala momentos de belleza, calma o incluso alegría. Hace unos días visité el museo M.A.R.C.O. en A Coruña, una joya financiada por la hija de Amancio Ortega. Allí me encontré con la obra de Peter Lindbergh, un fotógrafo que transformó la moda con sus icónicas portadas para Vogue, una de las revistas de moda y estilo más influyentes del mundo. Él exploró también la crudeza de la realidad. En sus viajes por el mundo, capturó escenas de personas comunes en sus contextos cotidianos. Mirar esas imágenes es viajar sin moverse, es sentir el peso de sus historias y encontrar belleza en lo simple.

El arte adopta muchas formas: pintura, fotografía, escultura, literatura, danza… Cada una de ellas es un lenguaje que nos conecta con emociones, ideas y culturas. Apreciarlo requiere una sensibilidad que algunos consideran un arte en sí mismo. Pero, ¿qué sería de nuestro mundo sin estas ventanas al alma? Sin los colores que dan vida a nuestros días, las historias que alimentan nuestra imaginación o las melodías que nos transportan más allá de lo cotidiano.

En Valledupar, tenemos la fortuna de vivir rodeados de una riqueza artística inigualable: desde la poesía que se esconde en cada vallenato hasta las pinturas que retratan nuestra tierra y cultura. Aquí, el arte no solo se observa: se respira. Es una fuente constante de inspiración que nos invita a soñar, crear y conectar con nuestras raíces.

El arte no solo embellece: nos conecta con nuestra humanidad. Es una herramienta poderosa que da voz a lo que llevamos en el corazón, una brújula que orienta nuestras emociones y un espejo que refleja nuestra esencia como seres humanos. Basta con detenernos, mirar y dejarnos envolver por lo que nos transmite. Porque en el arte, como en la vida, la magia reside en nuestra capacidad de descubrir y sentir lo que hay más allá de lo evidente.

Por: Brenda Barbosa.

Categories: Columnista
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