MISCELÁNEA
Por Luis Augusto González Pimienta
Fue común encontrar en librerías y puestos de revistas pequeñas obras convertidas en manuales para vivir bien. De un tiempo para acá han desaparecido sin que nadie dé explicación sobre su paradero. Eran textos en los que sus autores pretendían trasmitir sus ideas y experiencias sobre comportamiento social y manejo de situaciones difíciles o conflictivas, todo con el propósito de tener un mejor pasar por la vida; de hacerla más grata.
Pareciera como si la realidad, cruda y veloz, atropellara la capacidad de asimilación y ofuscara la mente de quienes se dedicaban a la elaboración de esos códigos. Hoy solo (sin tilde según la academia) subsisten los manuales de convivencia de los colegíos, engañoso nombre para una serie de prohibiciones, que no de consejos para un amable discurrir por las aulas.
No me avergüenza confesar que añoro la lectura de esos cuadernillos de autores desconocidos, que daban consejos a los tímidos sobre cómo hablar en público; a los incultos para ocultar su ignorancia; a los maleducados para que no se les notara; a los acomplejados para que levantaran su autoestima; a los gordos para disimular su obesidad, a los feos, a los desempleados y a todo aquel que requiriera de algún tipo de ayuda y no contara con los recursos o la decisión para pedirla.
Admito que esas recomendaciones eran bien recibidas, pero nunca practicadas a plenitud. Se ejercitaban con furor al comienzo y a mitad de camino se las abandonaba. Como los cursos de inglés por entregas: jamás se pasa de la primera.
Reconocidos autores han escrito ensayos y tratados sobre este tema. Montaigne, por ejemplo, sostuvo la necesidad de enseñar a los alumnos el arte de vivir. Afirmaba que la lectura servía no solo para desarrollar la memoria sino también para emitir juicios correctos. De igual manera consideró que la práctica rigurosa y asidua del ejercicio físico, convenía al desarrollo integral de la persona.
Particularmente la lectura del Quijote me dejó desde niño una enseñanza de vida. El ingenioso hidalgo de Cervantes, antítesis de los libros de caballería, independientemente de su esplendorosa calidad literaria tiene mensajes de amor, de humor y de idealismo. El amor, presente en sus invocaciones a su amada Dulcinea antes de emprender cualquier aventura. El humor, en muchos pasajes, como aquel en que es armado caballero; y el idealismo en toda la obra, pues su misión es desfacer entuertos.
Alonso Quijano pretendía vivir la vida como una obra de arte. En contraste, y aquí aterrizo, a nosotros nos ha correspondido en suerte elaborar el arte de vivir, o mejor, de sobrevivir. Porque hay que ponerle el pecho a los malos momentos, como lo hacemos los que permanecemos en este convulsionado país en lugar de abandonarlo, a pesar de tentadoras opciones en el extranjero.
Concluyo recomendando mucha dosis de humor. Podemos perder muchas cosas, pero cuando perdemos el humor, estamos irremediablemente perdidos. De pronto nos conviene un poco de la demencia senil del Quijote para salvar los obstáculos modernos. Para derrotar a los que se creen gigantes no siendo más que molinos de viento.