X

El apego a las delicias del vino

Por José Atuesta Mindiola

 

Al visitar en un fin de semana cualquier corregimiento de Valledupar, una de las cosas que más llama la atención es el alto volumen de la música en las cantinas, y desde tempranas horas empiezan a llegar jóvenes y adultos a las faenas del consumo de alcohol. Parece que no existiera horario limitado de atención al público; inclusive, hasta en los días de Semana Santa abren sus puertas.

 

El consumo exagerado de alcohol es una de las causas que deteriora la calidad de vida en nuestros pueblos. Es una vieja costumbre que los hijos han heredados de sus padres, y generalmente de los padres que tienen ciertas limitaciones económicas y no hacen los esfuerzos pertinentes para que sus hijos estudien y orienten su proyecto vida con mejores posibilidades. Esa mentalidad conformista de creer que si se nace en el campo laborando de manera rústica la tierra, los hijos tienen que hacer exactamente lo mismo, y por eso no es raro que con frecuencia se escuchen estos versos del legendario compositor campesino, Rafael Valencia: El hombre que trabaja y bebe, déjenlo gozá la vida, eso es lo que se lleva, si tarde o temprano muere.

 

El apego por las cantinas en los pueblos se ve en algunos barrios periféricos de la ciudad, porque en el centro ya se habla de estancos o de estaderos. También en estos lugares, especialmente en fines de semana, los altos volúmenes de los equipos de música, las aglomeraciones de asistentes y de vehículos sorprenden a los vecinos y a los transeúntes. Se observan las mesas repletas de licores y emociones, y en esos instantes nadie se queja de bajos salarios, del desempleo, de los altos costos de los alimentos y las facturas de Electricaribe. Estas escenas sibaritas por el efecto etílico, el juglar y rey vallenato, Náfer Durán Díaz, las narra en estos versos: Cuando llego al estanquillo, yo no sé lo que me pasa, me siento lleno el bolsillo, como si yo hago la plata.

 

Nadie niega las delicias de unas copas de vino, pero lo importante es aprender a beberlo, deleitarse de sus placeres; dominarlo, no dejar que sus efectos obnubilen la conciencia. No caer en la trampa de las redes de la dependencia. Aunque los aficionados a las maratónicas ingestas de alcohol se defienden afirmando que es una tradición cristiana, que en las bodas en Caná de Galilea, Jesús hizo su primer milagro: transformó el agua en vino, para que todos los invitados pudieran disfrutar del placer de la bebida.

 

Lo cierto es que en Valledupar y su comarca, la gente es muy dada al consumo exagerado de licor. Siempre hay un pretexto para darle rienda suelta al espíritu festivo. Y lo preocupante que cada día los jóvenes empiezan a más temprana edad a libar los sabores del licor. Campañas pedagógicas a nivel oficial deben articularse con las entidades oficiales y las instituciones educativas. Y las autoridades correspondientes deben ser vigilantes para que los lugares donde se expenden licores se sometan a los reglamentos y al estricto cumplimiento de los horarios de atención al público.

 

Infortunadamente, por entregarse a las frivolidades del consumo de alcohol, muchos jóvenes pierden las oportunidades de desarrollar sus talentos. Es necesario buscar las maneras de impedir que continúen estas situaciones. El compositor de música vallenata, Marciano Martínez, nacido en La Junta (La Guajira), nos regala estos bellos versos de profunda reflexión humana: Dizque por gozar la vida, de mis años derroché los mejores, a las cosas vine a dar sus valores, cuando las tenía perdidas. Verdad que Dios tarda, pero no olvida; con qué pago el precio de mis errores.

 

Categories: Columnista
Jose_Atuesta_Mindiola: