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El año no ha terminado

En el caribe despedimos el año desde septiembre. Desde ese mes una popular emisora nos señala que ya se siente diciembre, y escuchamos por todas partes “este año ya se acabó” y la misma emisora nos da el ultimátum: “Párale bola, que se está acabando el año…”. Y así, nos vamos concentrando en la temporada navideña con sus fiestas y organizando lo que viene para el nuevo ciclo.


Es normal esa sensación de fin de año, con esos informes en las empresas, balances de último trimestre, cuentas que se presentan corriendo, preparación de viajes para disfrutar en familia y así todo transcurre a una velocidad sin sentido, olvidando que aún estamos en este mundo, que nada se acaba el 31 de diciembre y que nada inicia el 1 de enero.


Estos días aún tenemos mucho por ofrecer y también mucho por recibir. Concentrarnos en las fiestas provoca un grado de irritabilidad por pensar más en gozar de un momento de festejo que en deleitarnos con la compañía de otras personas. Por ello, salimos a las calles acelerados con la mano en el pito del carro contagiando a los demás de nuestra delirante carrera lanzando insultos y hasta ocasionando conflictos por cosas insignificantes.


El año no ha terminado. Cada día tiene sus propias sorpresas. Caminar sin mirar el 2025 nos permite darle valor a los días que estamos viviendo y dejar el futuro tranquilo; él llegará inevitablemente. Sepultar el año anticipadamente aleja las bendiciones y nos deja capturados por la resignación, incluso del lamento, sin darnos una oportunidad de vibrar aún más. Así, en diciembre, una sonrisa nuestra puede estimular a quien se encuentre cerca, sea conocido o extraño, o permitir que una sonrisa nos impresione e ilumine nuestro camino.


Todo es un comenzar, cada día, cada hora, cada minuto; dejar todo al 2025 como si la vida se renovara automáticamente significa ignorar nuestra propia capacidad de escoger una forma distinta de relacionarnos con el mundo. En la Biblia encontramos dos grandes ejemplos de transformación: el primero, y el más famoso, es Pablo, ubicado en el Nuevo Testamento. El segundo es el rey Manasés, en el Antiguo Testamento, cuyo periodo se desarrolló en aquella época turbulenta de división del reino del Norte (Israel) y el reino del sur (Judá). Los actos de Manasés fueron malos a los ojos del Señor pero en un momento de aflicción acudió al Padre y logró restaurar su reino, teniendo igual que Pablo una nueva oportunidad para servir y tener la paz interior que antes no poseía.


Cada día, sin importar el mes y sin importar el año, tenemos la oportunidad de cambiar. Basta la disposición para ello, cualquiera que sea vuestra creencia, lo que sí es indispensable es el agradecimiento por todos los favores recibidos, mirar alrededor por las cosas que te ha dado la vida, aquellas buenas como regalo y aquellas malas que te dejaron una enseñanza.


El año no ha terminado, expulsa de tu mente esa sentencia. Sorpréndete incluso con lo más sencillo para que recibas el 2025 entusiasta y con la esperanza de ser mejor persona cada segundo que transcurre, lucha contra ti mismo, vence la envida, el rencor, el odio y toda concupiscencia de tu interior. Esas son nuestras diarias batallas. Desde esta columna les deseo a todos unos días grandiosos y logren poco a poco aplicar los cambios que necesitan en sus vidas como Manasés y Pablo lo hicieron.


Llegó el momento del receso, no para acabar el año, sino para concentrarme también en vencerme a mí mismo en estos días, ofrecer lo mejor y disponerme a recibir de todos. Conforme a mi fe, me abandono en Jesús y pido que para todos ustedes cada día sea un tiempo de transformación. Nos veremos pronto, donde Dios nos lleve.


Por Carlos Andrés Añez Maestre

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