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El anhelado cambio

Antonio Caballero, fallecido el año pasado, describió en su libro, Historia de Colombia y sus oligarquías (1498 – 2017), un compendio de 425 páginas explicado con caricatura y escrito con maestría. Ese libro debería ser parte de su archivo o su mesa de noche, como un hecho revelador de nuestra ineludible historia.    

El capítulo 12, del libro en comento, fue bautizado por Caballero, como “El interminable Frente Nacional”. Lo traigo a colación debido a la inmejorable utilidad del vocablo “cambio” en las narrativas del ejercicio de las campañas políticas. Acaba de pasar con el proceso desarrollado por el Pacto Histórico, que terminó con el triunfo de Gustavo Petro.  

El concepto ‘cambio’ se refiere a la transformación de algo, es decir al proceso de mudar o mutar la forma. En Filosofía, este concepto ha sido problemático desde las primeras discusiones que se preguntaban por el ser.  En el siglo XX José Ortega y Gasset, puso el concepto de ‘cambio’ en el centro de las reflexiones en torno a la condición de la vida humana y el sentido de los actos humanos. En un texto titulado “La historia como sistema” Ortega y Gasset sostuvo que la vida humana, que es la realidad más primigenia de todas, no es algo dado que sufre cambios por accidente, sino que más bien, la “esencia” de la vida humana es el cambio. 

Como lo contó Antonio Caballero en Colombia “el cambio” como instrumento de transformación ha sido más consecuente con los motivos proselitistas que en su materialización. Por ejemplo, en 1884 fue reelegido a la presidencia Rafael Núñez, el liberal que dos años antes, como presidente del Senado, había pronunciado su ominosa frase: “Regeneración o catástrofe”. 

Así pues, La Regeneración, nacida de la tragedia de la guerra del 85, tuvo mucho de comedia de enredo. En lo ideológico ha sido tal vez la etapa más seria de la historia de Colombia, pero políticamente hablando fue un sainete. En buena parte a causa de las personalidades contrapuestas de sus dos grandes inspiradores y ejecutores, el liberal ultraconservador Rafael Núñez y el conservador ultracatólico Miguel Antonio Caro. 

Más adelante en la medianía del siglo XX, fue pactado el “Frente Nacional” para durar doce años y prolongado luego a dieciséis, con sus “puentes” y sus “posdatas” el Frente Nacional acabó durando más de treinta años. Más que la Patria Boba, más que la Gran Colombia, más que el Radicalismo, que la Regeneración, que la Hegemonía Conservadora, que la República Liberal, que las dictaduras civiles y militares. Fueron pactos de olvido y de silencio, de reparto pacífico del poder, por los cuales recuperaron cada cual el suyo todos los dirigentes liberales y conservadores recientemente enfrentados y mutuamente derrotados en la violencia: el Estado quedó paritaria y milimétricamente distribuido, con exclusión de todo quien no fuera conservador o liberal. O militar. Para los militares se reservó tácitamente el ministerio de Guerra, rebautizado “de defensa” (en imitación al de los Estados Unidos). 

El tránsito por nuestra historia con las diferentes intenciones de consolidar la unión nos encuentra con Gustavo Petro, presidente electo de Colombia, ahora depositario de lo que ha sido imposible: unir al país, para no seguir dando vueltas en redondo. Cambiar para mirar hacia adelante en procura del progreso, no consiste solo en el cambio del gobernante, ni de la elección de un presidente de izquierda.

Cambiar significa la comprensión de todos en las diferencias y los planteamientos para las reformas interruptas, emplazadas por las guerras civiles, las hegemonías bipartidistas, la violencia, el narcotráfico, el conflicto y la corrupción.   

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