La vida es flor de quimera. Somos un encuentro de albor y penumbra en las manos de Dios, ahí pasan los sueños como racimos de esperanzas y los días son girasoles temerosos del crepúsculo. El amor es la fiesta suprema del espíritu que nos motiva a descubrir las virtudes de la convivencia para hacer más agradable la vida personal y social.
Una de las mejores metáforas para describir el sentimiento radiante del amor y el oscuro deseo de la envidia es el relato publicado en el libro, Lecciones sobre la vida, de Robín Sharma, que se puede resumir, así: “Un hombre gravemente enfermo fue llevado a la habitación de un hospital, donde otro paciente ocupaba la cama con vista a la ventana. Como ninguno de los dos podía levantarse, él que estaba al lado de la ventana deleitaba a su compañero, con las descripciones del mundo exterior. Algunos días describía la belleza de los árboles del parque que había frente al hospital
Otros días, le hablaba de la gente que pasaba y de lo que hacían. Sin embargo, a medida que pasaba el tiempo, el que estaba lejos de la ventana empezó a sentirse frustrado porque no podía ver las maravillas que su compañero le describía. Su antipatía continuó creciendo y acabó con odiarlo. En una noche, el paciente que estaba cerca a la ventana tuvo un ataque severo de tos. El otro en vez de apretar el interruptor para avisar, decidió no intervenir. El paciente de la ventana murió, y al llegar la enfermera, el otro sin pérdida de tiempo pidió que lo pasaran para la cama al lado de la ventana. Su petición fue atendida. Pero cuando se asomó, descubrió algo que lo hizo estremecer: la ventana daba a una desnuda pared de ladrillos”.
He aquí, la dicotomía entre la luz y la sombra. Entre el amor y el desamor. Unos viven en esplendor de la luz, ofrendan amor, reparten afectos, celebran la amistad; otros se abrazan a la sombra, se vendan los ojos, caminan de espaldas a la luz y se sumergen en una celda de lamentaciones. El paciente al lado de la ventana, describía bellas cosas imaginarias como gesto de amor para hacer el mundo de su compañero un poco mejor en sus momentos difíciles; pero éste, acongojado por las tristes necedades de la envidia, tenía cerradas las puertas del corazón y no podía ver las bondades de su compañero.
Abrir las puertas del Corazón al amor es una consigna. Quien abre las puertas de su corazón a Dios, disfruta a plenitud de los dones de las bienaventuranzas; pero quienes se blindan para no sentir su Soberana Presencia, viven desorientados, maniatados a las densas sombras de las confusiones, lejos del horizonte sin una luz que los puedan guiar de modo pleno. En ocasiones, viven tan llenos de tribulaciones, que incluso se atreven a declarar que Dios no existe.