Escribió Phil Bosmans, sacerdote holandés, que el amor de la amistad es un tipo de amor que lleva a la luz, a la paz y a la alegría profunda. Lo recordé ahora cuando alguien me comentó que ya las amistades no eran como las de antes, que hasta eso estaba en decadencia.
A mí no me parece que la amistad esté en crisis, si fuera así, ¿qué sentido tendría la vida? Lo único que nos sostiene, en estos tiempos difíciles, es una mano tendida, un hombro que nos ayude a morigerar el peso de alguna pena, un abrazo sincero, una sonrisa a tiempo y hasta un disgusto sobre el que tengamos que ceder, pedir perdón y hasta llorar.
Creemos que la amistad sólo existe entre amigos, aunque esto suene a enredo idiomático, no, la amistad se precisa entre esposos para que no se derrumben: el amor solo, sin la amistad, sucumbe; entre hermanos; entre padres e hijos, en fin, toda relación debe estar fortalecida por la amistad. Es más, por el amor de la amistad, ese que no decepciona nunca, que deja libre al otro.
Hay un miedo tenaz a expresar amor por un amigo y se habla de afecto, de cariño, y esa limitación nos lleva a hacer unas raras distinciones que no se les encuentra razón de ser: uno quiere al florero que le regaló la abuelita, o siente afecto por el señor que pasa vendiendo el periódico cada día, y hay muchos ejemplos parecidos, pero no puede decir que ama al florero. El amor es una palabra que se compara con Dios, que se confunde con Dios, entonces no puede ser exclusivo de un hombre y una mujer. Hay connotaciones: amor materno, amor filial, entre otros, pero el sentimiento es único, viene de la esencia divina. Lo que confunde es la entrega entre un hombre y una mujer que no necesariamente es amor. Según Bosmans: “…cuando se manifiesta en ternura física, permanece puro”. Ese es el amor de la amistad, pero cuando se quiere poseer al otro para satisfacción personal, se destruye al ser que se pretende amar, se destruye la amistad. Ya lo dijo Borges, en una de las frases que más me gustan: “Loado sea el amor en donde no hay poseedor ni poseído, pero los dos se entregan”.
Ante la grandeza del amor de la amistad sólo nos queda conservar las que tenemos y acoger con felicidad las que llegan. La llegada de una amistad es tan inesperada como la del amor, se le reconoce inmediatamente, comienza muchas veces en situaciones de la vida diaria: en el mismo sitio de trabajo, en las aulas escolares, en el ejercicio de un deporte, en una fiesta o en el grupo de compañeros de los años de juventud; esa es la amistad que más perdura a través del tiempo, de la distancia y más allá del dejar de ser.
Hagamos de nuestros amigos, los viejos y los que acaban de llegar a nuestras vidas, un enclave de reconciliación permanente con la vida, así se nos vuelve más placentera; aunque nos parezca imposible vivir una amistad ideal, debemos siempre tender hacia ella.
Puedes soportar y experimentarlo todo siempre que junto a ti esté un amigo, aunque este no pueda hacer más que darte aliento. En la vida el amigo es como el pan y el vino: una bendición; en las dificultades, un consuelo. Un amigo es para siempre, con sus virtudes y sus defectos, lo importante es el amor que nos dé y el amor que le demos.
Por Mary Daza Orozco