Cada vez que se inicia un nuevo año es difícil no pensar en el Almanaque Pintoresco de Bristol que en este 2024 alcanza 192 ediciones continuas. Este folleto fue creado por Cyrenius Charles (o Chapin) Bristol en 1832 como una estrategia comercial para promocionar el Jarabe Tónico de Zarzaparrilla. El farmacéutico no solo divulgaba las propiedades de la poción que acababa de inventar, explicando su forma de uso, sino que aprovechaba para dar otros consejos útiles.
El librito tiene unas características que han permanecido inmutables en estos casi dos siglos: el mismo tipo de letra, el mismo color zapote y el mismo tipo en la portada; fenómeno este que debe estar comiéndole el coco a los ‘coaches’, sabios y gurús que después de la pandemia solo saben decir: reinvéntate. Aunque, valga aclararlo, el Almanaque de Bristol sí se ha reinventado varias veces. La primera, en 1850 cuando se edita en español por primera vez; la segunda, en 1856 cuando su dueño primigenio vendió su invención a la firma Lanman & Barclay. Desde entonces, el almanaque se convirtió en la estrategia comercial del Agua Florida de Murray & Lanman, el Jabón de Reuter y el Tricófero de Barry. Estos productos todavía pueden encontrarse en las droguerías del centro de Valledupar y son muy apetecidos por los arhuacos. La última de sus reinvenciones fue ahora, cuando, para hacerle frente a las nuevas tecnologías que amenazaban con hacerlo desaparecer, el Almanaque de Bristol se traslada al internet. Su perfil de Instagram cuenta con 11 mil seguidores que pueden visitar su página web. Además, puede conseguirse en PDF o, si alguien lo prefiere físico, puede comprarse online y llega a los pocos días.
El Almanaque de Bristol es un elemento importante de nuestra cultura popular. Es más, puedo afirmar que configuró algunos aspectos de nuestro inconsciente colectivo. Recordemos que en este librillo se encuentra la predicción de las lluvias, los eclipses, las fases de la luna, el horóscopo y el santoral católico del día a día y por todo el año, conjugado con chistes y los anuncios publicitarios que son su verdadera esencia. De tal manera que, en un pasado reciente, era de lectura y consulta obligatoria para los campesinos y pescadores que necesitaban saber cuál era el buen tiempo para sembrar o pescar. Los aserradores lo usaban para conocer cuándo podían cortar la madera sin el riesgo de que se dañara, y las mujeres para saber cuándo estaba la luna en creciente para poder cortarse el pelo o purgar a los niños.
Otro uso frecuente del Almanaque de Bristol era la consulta de los nombres para los recién nacidos teniendo en cuenta el santo del día. Se han perdido nombres como Sinforiano, Crisóstomo, Eustaquia o Anacleta gracias a la nefasta costumbre de registrar a los infantes como Akil Zaae, Lionel Cristiano, Tony Blue, Pol Solomón o Sony Valentina.
Entre las cosas raras que guarda mi abuela en el escaparate, ese sanctasanctórum al que no puedo acercarme nunca, se encuentra una colección de almanaques de Bristol que, no se desde qué año, ha ido pasando de generación a generación. Les confieso, yo aprendí a leer en el Almanaque de Bristol y en la Biblia de Jerusalén. Al principio, mi mente infantil pensaba se llamaba Bristol por la ciudad, pero después, cuando me dijeron que Bristol era el tipo de la portada, me asombré muchísimo con su sabiduría. Ese hombre debía ser muy estudioso como para saber si en marzo llovía o no llovía, o que mayo sería bueno para la pesca. Lo extraño para mí era que, aunque el folleto asegurara que en tal fecha habría un eclipse anular de sol y que sería visible en la región de Colombia, la fecha llegaba y el eclipse nunca se veía.
Lo que más me gustaba eran los datos curiosos, que por cierto no verifiqué jamás y de los cuales no me acuerdo, y la tragicomedia a ocho cuadros que todavía hoy disfruto.
Al día de hoy se imprimen 1.5 millones de estos libritos en español que se distribuyen en Colombia, Nicaragua, Perú, Ecuador, Bolivia, El Salvador, Honduras, México, Brasil, y en la costa este de Estados Unidos. La predicción del clima, las mareas y los cálculos astronómicos los realiza el Observatorio Naval de los Estados Unidos, aunque sin mucho acierto que digamos.
Por: Carlos Liñán-Pitre.