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El alba de la primavera  

Unta los labios de primavera para que las palabras no generen aromas de violencia. La primavera es una palabra que deriva del latín prima que significa ‘primer’ y vera, ‘verdor’. Es la época de la primera aparición del verde en el crecimiento de las plantas y se considera el momento idóneo para comenzar a sembrar. 

La primavera, en el hemisferio norte, se presenta entre el 21 de marzo y el 23 de junio. Al incrementarse las horas de luz, los seres vivos se estimulan y, en consecuencia, se activa el proceso de la reproducción. Esta circunstancia tiene consecuencias fisiológicas en el ser humano, su estado de ánimo se altera positivamente, y puede también padecer alergias por el efecto del polen.   

La primavera es una metáfora de la vida: es juventud y fertilidad. El juglar Leandro Diaz le cantó: “El veintidós de marzo entra la primavera/ le trae alegría a la tierra y yo adoraré a mi encanto”.  El poeta Antonio Machado, cuando su mujer amada estaba luchando por superar una enfermedad, escribe: “Mi corazón espera
también, hacia la luz y hacia la vida, otro milagro de la primavera”. 

Los elementos primaverales asimismo representan estados psíquicos del ser humano, tales como el optimismo, la vitalidad y la plenitud. La primavera es fiesta de la naturaleza.  Los colores del follaje son festivas sonrisas de la luz. Los jardines son lugares edénicos de ensoñación. Del patio sonoro de mi infancia evoco el alba en el jardín de mi madre; sus manos eran racimos de lluvias entre helechos, crotos, azucenas, jazmines, calagualas y palmeras.  Y mi padre, un experto jardinero que detenía la primavera en arbustos y rosales. En aquel jardín, se traducía en amor la vida. 

La primavera es estancia de belleza y numen inagotable para los artistas.  Los pintores han explorado los misterios de la luz y el color en la magia de sus pinceles. Los poetas han escrito infinitas metáforas que intentan representar la perfección de la naturaleza. Y los compositores, hermosas sonatas en la policromía vegetal del viento.   

En Valledupar, cuando sobre sus calles caen las flores lilas de robles, esbeltas mujeres taconean en zigzag para no pisar los colores de la sombra. He visto ancianos abrir caminos con el bastón, para que la serenidad otoñal de sus pies no anticipe el tiempo final de la florescencia. Ahora que llueva, se verán en el cerro de La Popa y en las márgenes del río Guatapurí, las fascinantes flores amarillas de los árboles de puys, que muchos confunden con el cañaguate.

En el jardín de algunas casas tradicionales de la región, hay un pequeño arbusto herbáceo de tallo flexible, conocido como nardo o “varita de San José”. Y, curioso, sólo florece en estos días, próximos al 19 de marzo, en que se celebra la fiesta de San José; sus flores blancas de noche expelen una fragancia semejante a la azucena. La varita de San José: flores blancas perfumadas/ es una planta sagrada/ siempre la conservaré, y tiene un misterio que/ florece siempre en el día/ del Santo de su alegría,
que es en marzo diecinueve/ su recuerdo me conmueve/ porque mi madre la tenía.

Por José Atuesta Mindiola 

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