Por: Nuris Esther Pardo Conrado
Aprovechando el Festival de la Leyenda Vallenata, que se celebra en esta ciudad capital, y además reconociendo el gran valor cultural que el acordeón representa, creo que es hora de utilizar este instrumento como la llave maestra que le abra las puertas al Cesar y a Colombia, no hemos hecho buen uso de la música que de ella se desprende, para constituirla en la herramienta o el medio para llegar a vender la imagen de la región en procura de atraer inversionistas que produzcan bienes y servicios y – desde luego-, lo pongan en circulación en el mercado internacional.
Si unos de los grandes triunfos del café colombiano ha sido Juan Valdés, quien personifica orbitalmente el sabor agradable de ese fruto, igualmente debemos proceder para construir un ídolo que utilizando el acordeón, le abra las puertas no solo al corazón de los enamorados, recompense a los decepcionados,relate los diferentes episodios lugareños y haga bailar al más insensible, sino también, que estimule al capital privado a quedarse en las tierras Cesarenses con la maquila de este aparato sonoro, que de verdad, es nuestro principal embajador y relacionista público.
Nadie puede cuantificar el número de visitantes que tras la nota llegan y cuantos de ellos, tienen los medios para constituir empresas que generen bienes y servicios a estas tierras, además que estén dispuestos a poner su dinero para aumentarlos y a la vez crear nuevas empresas atendiendo las múltiples ventajas que tenemos en el campo internacional, hoy cuando el intercambio que nos prodiga el Tratado de Libre Comercio, llama a no estar ajeno a ello y obrar con diligencia y prontitud para estar acorde con la globalización.
El Festival no puede limitarse a un evento de parranda, borrachera, baile y paseo, debe ir más allá y esto es lo que no se ha entendido por parte de los organismos gubernamentales en todos sus ordenes, y aquí lo hemos tolerado sin visualizar las garantías que el certamen nos da, especialmente en la parte turística, donde contamos con verdaderos sitios para conocer, visitar y explotar, lugares éstos que ni siquiera están inventariados en el Vice Ministerio de Turismo, sin protección de los estamentos correspondientes, pero lo más extraño es que ni si quiera se han radicado proyectos para hacer difusión de los mismos, tal como lo hacen las naciones que han decidido implementar la industria sin chimenea como su principal renglón de ingreso.
Cuarenta y cinco años después de haber salido el canto vallenato del parroquialismo cotidiano, poco o nada es lo que hemos logrado como consecuencia de su auge, en cada ocasión se hacen múltiples ofrecimientos sin que los mismos lleguen a la realidad, parece que las autoridades nuestras se conforman con posar con los ilustres personajes de la vida nacional y económica, sin exigirles un verdadero compromiso y además el cumplimiento de los que se han hecho con anterioridades, dejándonos a todos con los crespos hechos y las esperanzas perdidas.
Nada más conveniente y provechoso que salir a vender las diferentes ventajas con que contamos en este sector territorial, acompañadas del acordeón y sus notas melodiosas, para sensibilizarle el corazón a quienes tienen en la mano la solución a nuestros problemas o aquellos que obstaculizan el desarrollo que merecemos, quisiera ver a los violentos con sus armas desactivadas, solo con la petición de un cese al juego cantado con nuestros instrumentos autóctonos y un improvisado verso de reclamo, algo que no se ha intentado y que estoy segura que por muy agresivo que sean, con ello se claudica cualquier intención mal sana.
No es de olvidar que en los años sesenta, el maestro Rafael Escalona llevo de la mano a Colacho al Palacio presidencial y el ejecutivo de la época doctor Guillermo León Valencia, en un arrebato inusitado de emoción le entregó el mejor trofeo que había obtenido en su vida, que no fue más que las garras de un águila que había cazado en sus nativas tierras caucanas; con tan mala suerte, que nada más se le pidio por parte de la delegación cuando eran múltiples las necesidades que en ese tiempo comenzábamos presentar como región dependiente del antiguo Magdalena.
Necesitamos un proceso de reingeniería mental, para proyectar al folclor vallenato como ganzúa, para lograr de éste el pasaporte a esos potentados que quieren llegar aquí, pero que no se ha encontrado el método para enamorarlo, algo que podemos alcanzar con el acordeón, la caja y la guacharaca y una figura corporal que sin pena promulgue y pida, lo que hasta hoy no hemos capaz de hacer.
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