El próximo 11 de marzo los colombianos elegirán a los “nuevos” miembros del nuevo Congreso de la República de Colombia (integrado por 102 senadores y 166 representantes), para un periodo de cuatro años.
Pero, por qué digo: elegirán y no elegiremos (incluyéndome). Muy sencillo: si las elecciones fueran hoy (miércoles 7 de febrero) no votaría porque no conozco la propuesta de ninguno de los candidatos, incluida la del voto en blanco.
Es decir, como no hay propuestas políticas de los candidatos, que sean valederas para frenar la desgracia del país, acaecida por los mismos políticos y por nuestra clase politiquera, entonces mi voto está aún en duda.
Es decir, mi postura –hasta el momento- es el del abstencionista. Soy abstencionista porque ninguno de los candidatos de derecha ni de izquierda o de los otros partidos han llegado a mí con sus propuestas. Tampoco votaré en blanco, porque si lo hago estoy participando en las elecciones.
Es decir, soy abstencionista y estoy usando un derecho que tengo de pronunciarme en un evento democrático. Esa manifestación de abstención electoral que yo estoy planteando hoy aquí, es también una forma de pronunciarme, es democracia.
No hay que confundir al abstencionista monigote que vende el voto o lo permuta con el cacique político por un mercado, no. Hablo aquí del ciudadano que a pesar de tener todo a la mano para votar por un candidato, no lo hace. Del ciudadano a quien le brindan transporte, un tamal (pastel), refrigerio y hasta la propuesta política, dice que no va votar. Hablo aquí del ciudadano que no necesita dinero, dadivas ni componendas para decir que no va a votar. Este es el verdadero abstencionista, del que hablo. Recuerdo que nuestra abstención electoral llega al 50%, según la Registraduría Nacional.
Ahora, comparto en parte la postura del investigador Italiano Norberto Bobbio cuando señala que la democracia no es más que aquel procedimiento en donde se toman decisiones colectivas, partiendo de dos principios fundamentales: la participación directa e indirecta del ciudadano, y la victoria de la mayoría.
Lo anterior tiene un significado pluralista y muy aferrado a la variedad de un sistema político que, no es el resorte de esta columna de opinión, es para un escenario académico.
También escribí en el párrafo inicial la palabra nuevo, entre comillas. Lo hice para llamar la atención del lector, para que de una u otra forma entendiera que no vamos a elegir “nuevos” congresistas, tendremos nuevo congreso porque será un periodo distinto.
No son “nuevos” los congresistas (no la mayoría) que aspiran porque sencillamente, según las encuestas encabezan los datos los mismos que están hoy ocupando sus curules. Nuevo, según la REA es: Distinto o diferente de lo que antes había o se tenía. Una segunda acepción de nuevo es: Recién llegado a un lugar o a un grupo.
Mis consejeros periodísticos Tío Chiro y Tío Nan añaden que tampoco hay novedad ni nada nuevo en el discurso de los candidatos. El discurso de los de derecha y de izquierda es monotemático. Es el mismo discurso de las últimas cinco campañas políticas. La conceptualización sobre el país –para ellos, obvio- no ha cambiado. No tienen propuestas democráticas novedosas, de un discurso válido.
De lo que estamos atiborrados son de carros nuevos de alta gama. Por las calles y carreteras del Cesar y La Guajira uno observa cientos (no me atrevo a decir miles) de vehículos, de los candidatos al Senado, a la Cámara y a la presidencia. ¿Quiénes invierten tantos millones en esos carros? Hasta la próxima semana.
tiochiro@hotmail.com
@tiochiro