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El abatimiento

Por: Valerio Mejía

“Estaban allí María Magdalena y la otra María, sentadas delante del sepulcro”.  San Mateo 27:61

¡Qué cosa tan terrible es el abatimiento! Puede entenderse como: desfallecimiento, languidez, agotamiento, debilidad, cansancio, extenuación, inanición, postración, o simplemente el estar sentado delante de algo.
Cuando estas afligidas mujeres se sentaron delante del sepulcro de Jesús, ¿acaso vieron los dos mil años de triunfo que han transcurrido? Lo único que ellas vieron fue la triste realidad de una tumba vacía y que su amado Señor “no estaba allí”.
El poder de nuestro Cristo resucitado viene de aquella aparente perdida. Millones de corazones angustiados han obtenido su victoria en medio de la tribulación, mediante el descubrimiento de que “él ha resucitado”.
Sin embargo, no faltan aquellos espectadores entristecidos que se quedan mirando, sentados, sin esperar nada; a veces, considerando que ese es el fin de las cosas. Ante el silencio de Dios o el no percibir su manifestación, no queda otra cosa que la aflicción, el llanto y el dejar que nuestros corazones nos conduzcan nuevamente al sepulcro, el cual continúa aún silencioso y oscuro, para sentarnos delante y lamentar nuestros fracasos y derrotas.
Querido amigo, ¿cuántas veces nos hemos sentado frente a algún símbolo de fracaso a lamentarnos por ese dolor tan irremediable? ¿Cuántas veces nuestra propia angustia nos ha impedido ver el real significado de la tumba vacía? Y lo más desconsolador de todo, es que en lo más profundo y peor de nuestras desventuras, está nuestro Cristo esperando resucitar para darnos vida y cambiar nuestra tristeza en danza.
Donde parece que vence la muerte, allí hay resurrección. Donde se halla el fin de las esperanzas, allí está el principio más resplandeciente e iluminador. Donde la oscuridad es más espesa, el rayo de luz radiante que nunca se apaga, está a punto de salir.
Cuando Dios nos ha consolado y ha traído alivio a nuestra alma, nos damos cuenta que un jardín no se desfigura con un sepulcro y que nuestras alegrías no se pierden con la tribulación, sino que nuestras aflicciones son más enriquecedoras a causa de la siembra de sentidos que Dios ha plantado en ese jardín. Las flores allí plantadas, darán su aroma y olerán a amor, esperanza, fe, gozo y paz; entonces podremos levantarnos de nuestro estado de postración y salir con gozo a anunciar que ciertamente ha resucitado e irá delante de nosotros a Galilea.
Ahora, es posible que los mejores años de nuestra vida, nuestras mejores experiencias, las mejores victorias que hemos ganado y los mejores servicios que hemos prestado sean destruidos por nuestra limitada visión para ver más allá que una tumba vacía, cubriéndonos con sentimientos negativos de fracasos, derrotas, deshonor, e inutilidad en el servicio a Dios que minan nuestra autoestima y nos destruyen.
Las vidas de algunos hombres y mujeres de gran valía con hechos y servicios extraordinarios han terminado de manera contemplativa delante del sepulcro sin obtener nada.
Creo firmemente que la única manera en que podemos evitar caer en la postración de permanecer sentados, es manteniendo un contacto diario y permanente con Dios. Las experiencias fructíferas y victoriosas de ayer, no solamente que no me sirven para hoy, sino que serán devoradas y trastornadas por los fracasos de hoy.
Un contacto renovado con Dios a través de la Biblia, la oración, la comunión congregacional y la obediencia blindarán nuestra existencia y nos permitirán ver el poder de la resurrección en cada experiencia de tumba vacía que lleguemos a tener.
“Querido Dios: Gracias por llenarme con el poder de la resurrección y transformar cada tristeza en alegría. Amén”.

Saludos cariñosos y muchas bendiciones.
valeriomejia@etb.net.co

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