Por qué el 20 de julio se llegó a imponer como el de la fundación de la república si carecía y carece de los pergaminos necesarios para ello, pues para esa fecha en 1810 los “revolucionarios” santafereños siguieron aceptando la autoridad de Fernando VII, hasta tal punto que el virrey Amar y Borbón fue nombrado presidente de la Junta, y un criollo, José Miguel Pey, vicepresidente.
No sé de qué grito se habla, cuando el resultado fue apenas un pacto para que los criollos compartieran el poder con los representantes del rey. Desde ese momento esa fue la dirección de la historia, una sucesión de componendas con los más diversos originales nombres como el del ‘Frente Nacional’.
Hay que anotar que los santafereños nunca visualizaron el 20 de julio como una fecha de importancia tal que traspasara los límites de su geografía. Era una fiesta local y eso fue así por cien años.
Pero para 1910 la nación estaba maltrecha, ensangrentada y descuadernada. La separación de Panamá y los efectos de la Guerra de los mil días y las fuertes autonomías locales hacían que eso que se pensaba como una unidad careciera de conectores reales. Éramos una colcha de retazos con odios vivos y manando sangre. ¿Será que hoy es diferente?
Nuestra nación o lo que creímos que ella era, no se terminó de desintegrar porque carecíamos de vecinos poderosos. Los Estados, igual que Panamá y especialmente el de Bolívar, hubieran podido declararse independientes sin que hubiera existido la forma de impedirlo.
Para tratar de remediar esa crítica situación se pensó en reforzar el sentimiento republicano, y se dictó una ley, que inventó el 20 de julio como Día de la Independencia de Colombia.
Pienso que la intención fue buena pero que se falseó la historia pues resulta claro que fue en Cartagena donde se rompió totalmente con la monarquía, no sabiendo yo, con precisión, si eso fue bueno o malo, pero allí sí hay tela para cortar.
En el resto del territorio de lo que hoy es Colombia el inventario de esas voces alcanzó a ser amplio y los tonos de ellas muy diversos, como por ejemplo, y muy principalmente, el de Cartagena, que sí proclamó la independencia absoluta del rey. Para muchos ese instante debió ser el escogido para significar una ruptura con las autoridades peninsulares y por ello el país tiene dos leyes de la independencia: una referida equivocadamente a lo de Santafé y otra la que por airados reclamos de notables cartageneros reconoció los hechos de su ciudad como los representativos del inicio de la gesta independentista, sin que el 20 de julio dejara de tener preminencia. El país se aferró con el interesado patrocinio del Gobierno nacional, erradamente a esa fecha, y el 11 de noviembre quedó reducido a un jolgorio cartagenero, reinas de belleza incluidas, y ya ni eso.
En su momento, Cartagena rechazó con toda razón el 20 de julio, como lo hizo también, en el Cauca, Tomás Cipriano de Mosquera, y exigía autonomía administrativa, a lo que se agregaron las amenazas separatistas de la costa, aupadas desde la prensa local, forzando al gobierno a negociar con estas elites para satisfacer sus demandas. Por eso el presidente Carlos Restrepo realizó el nombramiento de dos cartageneros en el gabinete ministerial, Simón Araujo y Jerónimo Martínez Aycardi, y sancionó la Ley 57 del 29 de septiembre de 1910, emitida por la Asamblea Nacional de Colombia, que declaró el 11 de noviembre fiesta nacional. “Declárese fiesta nacional el 11 de noviembre de 1911, primer centenario de la proclamación de la independencia absoluta de la Madre Patria”. Expresa su artículo primero. Calmaron los ímpetus de Cartagena con burocracia, como siempre ha sido.