No es fecha para celebrar, pero el cumpleaños número 50 del secuestro extorsivo en Colombia, el medio siglo de ignominia que ha sufrido el país, sí debe movernos a la reflexión en momentos en que se desarrolla, a trancas y a mochas, un proceso de negociación con el grupo terrorista que ostenta el record de este delito, desde el 20 de marzo de 1965, cuando secuestraron y asesinaron a Harold Eder, hacendado e industrial vallecaucano, crimen que, muchos años después, un viejo guerrillero le confesaría al nieto, Alejandro Eder, director de la Agencia Colombiana para la Reinserción.
Pocos días después, el 28 de abril, fue secuestrado y asesinado Oliverio Lara Borrero, empresario ganadero huilense, presidente de la Asociación Nacional de Ganaderos, antecesora de la Federación Colombiana de Ganaderos, Fedegán, en cuya fundación, en 1963, participó activamente e hizo parte de su primera Junta Directiva. La cercanía en el tiempo de los dos delitos y la similitud de circunstancias hizo recaer todas las sospechas sobre las Farc, aunque años después vino a saberse que fue la ambición de algunos empleados el móvil de tan execrable crimen.
Quién fue o quién no fue no es relevante. Lo importante es que, en 1965, apenas un año después de su fundación, las Farc se estrenaron con Harold Eder en los delitos de lesa humanidad, con el secuestro de civiles, que se convertiría en fuente de financiamiento del terror, entre que empezó a disminuir el aporte del comunismo internacional, vía Cuba, a la revolución armada en Latinoamérica, y que el narcotráfico no superaba todavía la etapa folclórica de la marimba para convertirse, con la cocaína, en la multinacional del crimen que habría de financiar la violencia en todas sus formas, de corromper a la sociedad y de convertir a las Farc en poderoso cartel del narcotráfico.
Con la expropiación de la tierra como bandera, que encontró eco en los gobiernos liberales de la época con el apoyo de la Alianza para el Progreso inclusive, las Farc declararon al gremio ganadero como objetivo militar, y desde Oliverio Lara se cuentan por miles los ganaderos secuestrados y asesinados, sin que este genocidio haya recibido la prensa del llamado exterminio de la UP.
No hay genocidios buenos y malos. Ninguno debió suceder, ninguno debería utilizarse políticamente, ninguno se debería ocultar. Por ello la Fundación Colombia Ganadera, Fundagán, se ha propuesto visibilizar a las víctimas ganaderas, que se cuentan en más de 7.000 en el último informe de la Fundación. En cuanto al secuestro, una investigación del Centro Nacional de Memoria Histórica estableció en cerca de 40.000 las víctimas entre 1970 y 2010, y por ahí pasa la cuenta.
A la ganadería le dolió hace cincuenta años el secuestro y asesinato de Oliverio Lara, como le dolió hace veinte, en 1995, que las Farc asesinaran a José Raimundo Sojo, expresidente de Fedegán, anciano, retirado e indefenso; y como le han dolido los secuestros de miles de ganaderos.
Cada quien es dueño de su perdón y su olvido, pero el gremio ganadero no se puede permitir el olvido; le corresponde insistir en la recuperación de la memoria y en reclamar la libertad primero, y luego la verdad, la justicia y la reparación para los suyos y para todos los secuestrados, para que este sea el último cumpleaños del secuestro en Colombia.
Las Farc niegan el del agente Mejía del CTI, pero la Fiscalía tiene pruebas contundentes. ¿Dónde quedan los compromisos, dónde los secuestrados que no volvieron, los 2.760 desparecidos que el Procurador denuncia ante la CPI? El país quiere respuestas.
@jflafaurie