El anuncio de los acercamientos entre el gobierno nacional y las FARC, y la víspera de un proceso formal de negociación que se iniciaría en los primeros días de octubre, ha generado un ambiente de optimismo en el país, debido a lo que se podría considerar una luz al final del túnel de varias décadas de una violencia injustificada, perversa y destructiva para todos.
Pero también ha dado pie a una serie de especulaciones y afirmaciones con poco o ningún fundamento, sobre los aspectos negativos, según esas voces, de esas negociaciones con miras a buscar la paz de Colombia. Estas especulaciones, además de ser malévolas y sofistas, le hacen mucho daño al proceso que se va a iniciar.
Por supuesto que está bien que el país estudie, reflexione y discuta sobre los costos y los beneficios de la guerra y de la paz. Ese debate hay que darlo y – tarde o temprano tendrá que hacerse-, pero sobre supuestos y cifras reales y no sobre especulaciones malévolas, insistimos.
En estos momentos es conveniente que los técnicos del Ministerio de Hacienda, el Departamento Nacional de Planeación y las facultades de economía de las principales universidades del país, y organismos como Fedesarrollo y Anif, realicen y aporten sus análisis y estudios sobre los costos de la guerra y también sus daños, y los costos y los beneficios de la paz.
Algunos le apuestan a que sigamos en el primer escenario, el de la guerra, por los siglos de los siglos. En efecto, hay sectores minoritarios y personas que han ganado con la guerra, los vendedores de armas, los narcotraficantes, algunos actores de la violencia y quienes se han apropiado de manera ilegal de tierras y ganados. Pero son una minoría…
La realidad, monda y lironda, no puede ser otra: la paz es el mejor negocio que puede hacer el país. Sin violencia habrá más progreso, sin conflicto habrá una mejor asignación de los recursos públicos y un mejor ambiente para la inversión privada. Más opciones de negocios, de empleo y de crecimiento para todos, ricos y pobres. Así de sencillo…
Varios estudios realizados por entidades nacionales y hasta por el mismo Banco Mundial, indican que Colombia podría aumentar en dos puntos su tasa de crecimiento anual. Además, podrá destinar parte de los recursos que hoy se los lleva la guerra, es decir la lucha contra la subversión y el narcotráfico, a programas sociales, principalmente en atención en salud, educación, promoción del empleo, vivienda y acceso a servicios públicos para los más pobres. Eso es desarrollo y progreso…
Y ¿qué decir del sector privado?. Un país en paz es más atractivo para la inversión nacional e internacional; para hacer negocios, se pueden lograr, insistimos, mayores tasas de crecimiento económico y de retorno, nuevos proyectos para abrir más plazas de trabajo.
Por supuesto que la paz tiene sus costos. El Estado tendrá que invertir en desarrollo agrícola, en desarrollo social y regional, y los ganaderos, agricultores, industriales y comerciantes tendrán que meterse la mano al bolsillo, al igual que todos los contribuyentes, para financiar programas de paz y ayudar a financiar la reinserción de los antiguos guerrilleros. Pero, de cualquier manera, esos costos son menores que los de la guerra y los beneficios mucho mayores.
El Cesar, departamento que fue duramente golpeado por la violencia de todos los colores, podría renacer luego de un proceso de paz. Este debe ser el mensaje y hacia ya debe ir encaminado el trabajo de los gremios y empresarios locales. Por supuesto que las FARC son sólo una parte del problema; al lado del mismo está la lucha contra las bandas criminales que se han convertido en un verdadero lastre para la economía urbana y que el gobierno no puede permitir que sigan operando y creciendo como, aparentemente, lo vienen haciendo. Pero esta es harina de otro costal y a ese tema nos referiremos en otra oportunidad.