A propósito de la victoria de Donald Trump en la carrera presidencial de los Estados Unidos, la cual debe ser confirmada el próximo 19 de diciembre, fecha en la que los colegios electorales se reúnen en los distintos estados para votar por el presidente, me ha llamado la atención que este país, considerado como una de las democracias más maduras a nivel mundial, aun conserve un sistema electoral del siglo XVIII (229 años de historia), que a mi juicio no se encuentra en sintonía con las necesidades y los preceptos rectores que revisten la democracia de nuestros días, la del XXI.
A diferencia de países como el nuestro, en E.E.U.U el presidente es elegido de manera indirecta por la ciudadanía a través de colegios electorales, es algo como: ellos eligen a quienes finalmente van a decidir. Allá el ganador no es quien se haga acreedor del voto popular sino quien obtenga al menos 270 votos electorales de 538 (total de votos a nivel estatal), es decir, la mitad más uno. Por lo tanto, es posible que un candidato gane el voto de las colegiaturas, pero no el voto popular, el cual pasa a un segundo plano, con lo que se relega el principio constitutivo de la democracia: la soberanía popular y uno de sus pilares: una persona un voto.
El método a través del cual se elige el presidente en E.E.U.U va en contra de las finalidades con las que se construye un Estado Democrático. Por ejemplo, existe una desigualdad política a nivel de votantes en la esfera estatal. Hay unos estados que son más decisivos que otros, debido a que tienen mayor cantidad de votos electorales, una muestra fehaciente de ello es California, que goza de la mayor cantidad de votos electorales, 55 en total, mientras que estados como Delaware, Alaska y Montana solo tienen tres (3), lo que deja como resultado que no tengan el mismo poder decisivo a la hora de escoger al titular del poder ejecutivo.
Para el exsecretario del tesoro de E.E.U.U (1789 – 1795), Alexander Hamilton, quien fuera uno de los fundadores de este sistema, planteaba en “The Federalist Papers” que escoger vía congreso al ejecutivo era darle paso a la intriga y a la corrupción, y que el pueblo lo eligiera de forma directa era exponer el debate al bamboleo emocional de las masas, que era muy importante: “Dar la menor oportunidad posible al tumulto y el desorden”.
El deber ser es que los colegios electorales actúen como ratificadores de la voluntad del elector en las presidenciales, pero ¿Qué pasa si esto no ocurre, y por el contrario uno o varios electores de las colegiaturas votan contrariando el interés popular? Es aquí donde aparece lo que se conoce como “Faithless Elector”, el elector infiel.
Lo más curioso de todo esto es que actualmente los electores de los colegios no están obligados a elegir al candidato que auspiciaron, además, están exentos de cualquier responsabilidad penal o disciplinaria en caso de contradecir el mandato.
Aunque un cambio de voto no altere en gran medida el resultado final, no está bien que un ciudadano haya votado para elegir a “Juan” y el elector del colegio termine votando por “Pedro”. Esto es una inseguridad política que padece el sistema electoral norteamericano, genera desconfianza y hace que este sea sumamente desfasado.
Estados Unidos, sin duda alguna, debe ponerse a tono con la democracia contemporánea. Urge que en todos los sistemas electorales del mundo prime la voluntad de los ciudadanos, la cual ha de ser directa, libre e ininterrumpida.