Cuando era una niña mi madre me dijo, que al morir las personas se convertían en estrellas y su luz nunca se apagaría mientras los recordemos. Poco tiempo después ella falleció, los doctores dijeron que ella padecía de esclerosis lateral una enfermedad que afecta a las neuronas que son las responsables de mover los músculos.
Mi padre un hombre muy trabajador que amaba mucho a su familia quedó devastado; la muerte de mi madre lo hizo volverse muy distante y así crecí completamente sola sin olvidar aquella promesa que le hice, las últimas palabras de mi madre:
se fuerte, sigue adelante sin importar que tan difícil sea el camino promételo.
A medida que crecía el camino se hacía más difícil; sin embargo yo seguía en pie y fui aquella luz que mi padre había perdido. El tiempo pasó y me gradué sin olvidarme aquella persona que me daba fuerza, mi hermosa estrella que con su resplandor me guiaba. Mi padre estaba orgulloso de lo lejos que había llegado y así continúe mi camino, decidí estudiar Ingeniería aeroespacial para estar más cerca de las estrellas; me enamore, y me case con aquella persona con la que compartiría el resto de mi vida y fue así que fui seleccionada para ir a una misión en el espacio; estaba muy emocionada, porque por fin se me cumpliría mi anhelo volver a verla.
Nunca olvidare aquella experiencia sentía su cálido resplandor de nuevo, quizás era porque mi oxigeno se acabada pero pude verla y escucharla otra vez ella estaba orgullosa. Al regresar a la tierra me encontraba muy feliz y así viví mi vida, vi llegar e ir amigos y seres queridos, sin olvidar ese dulce resplandor que me acompaño hasta los últimos momentos de vida.
Autora: Diana Carolina Lujan Montero | Colegio Consuelo Araujonoguera