El fusil y las balas fueron sus herramientas en común a la hora de pelear en el monte en una guerra sin sentido, según aseguran dos exintegrantes de grupos armados ilegales que delinquieron en el Cesar y La Guajira.
Un exguerrillero y un exparamilitar se miran a los ojos como retando al destino sangriento del que se alejaron en tiempo y espacio. Ambos tienen sus testimonios inéditos de una vida llena de terror que parece quedar en el olvido. Dos historias escritas con tinta de sangre, las mismas que un día sembraron el miedo lejos de sus familias.
Duván y Harold, cambiaron los camuflados y los fusiles por la libertad; ambos se volaron de las filas armadas en la búsqueda de una resocialización, porque se aburrieron de la guerra, aquella en la que vieron caer muchos muertos en un campo de batalla.
Ambos terminaron su proceso de reintegración puesto en marcha por la Agencia para la Reincoprporación y Normalización en el municipio de San Diego para lo cual tuvieron que trabajar 80 horas en talleres pedagógicos con niños del sector rural de la población, que incluye el servicio social como requisito dentro del proceso.
“Estos son espacios de convivencia y reconciliación en los que desmovilizados aportan su tiempo para generar espacios a través de la lectura por la paz. Esta fue una iniciativa que ganó ante el Ministerio de Cultura y los únicos beneficiados son niños de la zona rural de San Diego, llevamos 13 años en este proceso en el que los reinsertados prestan servicios durante 80 horas. En el Cesar tenemos 1.050 personas activas, 956 han terminado el proceso, este años culminaron 452, ellos ahora son ciudadanos autónomos y la idea es sembrar una semilla para proteger al menor y romper ciclos de violencia”, explicó Angélica Agamez, coordinadora de la Agencia para la Reincorporación y Normalización.
Un frondoso árbol que arropa en sombra el corazón de la plaza principal de San Diego fue el escenario para que Duván y Harold se encontraran de frente. Quienes un día fueron enemigos a muerte en el campo de batalla, hoy estrechan sus manos como símbolo de la reconciliación escrita en letras de paz.
Ambos tienen sus historias y la manera cómo los grupos armados sembraron el terror a punta de balas y fusiles. Duván Adolfo Torres Fragoso cambió su juventud para internarse en el monte cuando apenas tenía 13 años. “Me fui para las Autodefensas por necesidad, me daba tristeza como sufría mi mamá porque no tenía nada que darnos de comer y dos primos que estaban en los ‘paracos’ me dijeron que me metiera. Y lo hice. Uno de ellos ahora está preso, mientras que el otro, al que apodaban con el alias de ‘Masacre’, lo mataron hace poco en Barranquilla. Yo cumplía labores de reconocimiento de áreas, un día quise volarme y se dieron cuenta de mis intenciones y casi me matan por eso, un superior me preguntó pero se lo negué porque sabía que volarme era condenarme a muerte”, recordó el hombre de 29 años.
Escenarios sangrientos
Tiene intacta la geografía delictiva en la que se movió el hombre nacido en Los Tupes, el mismo que un día sirvió de escenario sangriento de una masacre casi anunciada. “Yo ‘trabajé’ por La Mesa, Bosconia, Caracolí y El Copey, mi jefe más cercano fue alias 39, en los paras duré cuatro años porque en 2004 me entregué al Ejército en un retén entre Bogotá y Villavicencio porque estaba muy cansado y tenía mucho miedo, luego me llevaron a una Defensora de Familia. Ahora gozo de salud y vida, porque literalmente perdí mi infancia, quiero ver otro camino, ser otra persona”, reconoció el hombre alto y corpulento.
Doce años después de su desmovilización, Duván quiere enderezar el camino, atrás quedaron los cambuches y las largas operaciones que a final de cuentas generó dolor en miles de familias. Ayer su sonrisa siempre estuvo intacta ante decenas de niños que escuchaban las fábulas leídas por el hombre que un día empuñó un fusil.
“El gobierno debe combatir el desempleo y la pobreza, por eso es que hay tanta violencia. Yo perdí mi infancia y quedé reseñado para toda la vida, es difícil cuando a uno lo señalan, pero debo afrontar las consecuencias. Me duele porque mi mamá me creyó muerto, a ella le mintieron y le dijeron que me habían matado, pero nadie sabía dónde estaba mi cuerpo”, dijo el hombre que ahora se gana la vida como aserrador en su pueblo natal.
Diez años en las Farc
Al lado de Duván, Harold Contreras Afanador, alias ‘El Ñeque’, también tiene su testimonio delictivo cuando hizo parte del frente 59 de las Farc, grupo armado ilegal en que militó por más de 10 años.
Sin embargo, hace tres años se entregó al Batallón de Alta Montaña, cansado de tanta guerra, que según él, “eso no estaba bien”. “Yo ingresé a la guerrilla en 2006, porque un hermano mío también estaba ahí y en 2015 deserté en Cerro Pintao, un hermano me hizo la vuelta para que el Ejército me fuera a buscar en ese lugar en donde permanecí escondido, él me decías que el gobierno tenía proyectos buenos para nosotros, me arrepiento mucho porque me fui analfabeta y regresé analfabeta, ahora quiero terminar el bachillerato y ser una persona diferente que le sirva a la sociedad. Todos cometemos errores en esta vida”, reconoció el reinsertado, que ahora se dedica a las labores de mototaxista.
A sus 39 años aún recuerda el día que se encontró de frente con la muerte. “Varias veces estuve cerca de morir, en una oportunidad el Ejército nos sorprendió cerca de Codazzi con el plato de comida en la mano, eso fue terrible, por un momento pensé que era mí último día”, puntualizó.
Ambos desertaron de las filas armadas en la búsqueda de una resocialización, porque se aburrieron de una guerra sin sentido, aquella en la que vieron caer muchos muertos en un campo de batalla.
Nibaldo Bustamante/EL PILÓN