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Dos cronistas de la oralidad vallenata

El cronista es un explorador que lleva un sol entre sus manos inventando la luz para descubrir las imágenes y los sonidos de los acontecimientos. El cronista es una metáfora de los alcatraces: no busca los arrecifes en las profundidades del mar, prefiere contemplar el color del viento entre las olas, los pinceles en los espejos de atardeceres y las huellas de los visitantes en la playa.

Elfo Jimenez Ochoa es un autodidacta y con sonoridad transparente narra los sucesos memoriosos de Valledupar que en su periplo vital de 87 años ha vivido o escuchado. Estos méritos de escuchar para contar le han concedido el título de cronista de la oralidad. Desde niño disfruta el placer de los cantos de pájaros en los follajes del campo, la risa del viento en las riberas del río y los silbidos del amanecer en los corrales. El colegio y los libros eran fronteras lejanas para los niños de escasos recursos; pero él, afina la inteligencia acústica para llenar de voces las fonotecas de la memoria.

Siendo adulto mayor se hermana con la lectura, y lee con paciencia y concentración para comprender en detalle la narrativa de los textos. Su predilección son los libros de historia y La Biblia. Hace seis años terminó el estudio de bachillerato por ciclos en el colegio Instpecam y fue graduado con honores (7 de diciembre 2014). En la ceremonia inició su discurso: “Hoy las cortinas del cielo se abren en esplendor para celebrar los 75 años de historia de este querido Instpecam que es emblema del progreso social y laboral de la región…”

Otro cronista de la oralidad es Jose Guillermo “Pepe” Castro, con su prolífica intuición, indaga en la tradición oral, en la historia y en los cotidianos y relevantes sucesos para contar con exquisitez provinciana sus crónicas, cuentos y relatos. En total, fueron cinco sus libros publicados.

El 27 de agosto de 2004, en la presentación de uno de sus libros, ‹‹Cuentos de Pepe››, confiesa que “su vida de escritor se inicia por las circunstancias de no poder ir a la finca con la tranquilidad de antes, un buen día en el patio de su casa meditaba sobre las cosas de la Plaza Mayor, y de pronto termina sin proponérselo enumerando los familiares y amigos que la muerte había llamado, y sintió un gran vacío de ausencia porque a estos difuntos ya casi nadie los recordaba. En ese instante decide empezar a escribir relatos, anécdotas y retazos de historias para alejar la muerte y el olvido”.

El ser humano vive en permanente rivalidad con los contrastes de la naturaleza: la severidad del verano y la bravura del invierno; las mieles del amor y las heridas del desamor; los apegos del recuerdo y la lejanía del olvido. Vive en actitud antagónica para vencer las murallas de la insensatez y disfrutar las virtudes de la vida.

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