Desprevenidamente ingresé a la página de la Registraduría para ver los formularios E-14, los cuales consolidan la votación de los candidatos por partido en cada mesa de votación, pretendiendo certificar con mi voto personal el apoyo a Rafael Martínez como aspirante al Senado de la República, luego de que iniciales versiones daban cuenta sobre un supuesto fraude en contra del movimiento Fuerza Ciudadana.
No sé si fue sorpresa, decepción, rabia o frustración tal vez, lo que sentí cuando observé que en el número tres de la lista, dígito que identificaba al candidato, no aparecía ni un solo voto. De inmediato recordé que detrás de mí, en la fila para votar, también estaba un activista afín a esta causa, por lo que mínimo fueron dos votos los que le hurtaron a este grupo alternativo que soñaba con convertirse en partido político, pero que hasta ahora, por acción de la perversidad de un sistema electoral inspirado en la picardía y el fraude, ese sueño quedó aplazado.
En medio de la tribulación llegué a pensar que me había equivocado de mesa. Confirmé con la información al votante y superé cualquier duda, la consulta virtual fue correcta, voté en la mesa 17 del puesto de votación ubicado en el Colegio Nacionalizado Alfonso López de Valledupar. Por lo pronto no había nada que hacer, me habían robado el voto.
En este momento poco se puede hacer, los escrutinios municipales ya casi concluidos y la instancia de reclamación para posterior revisión y cuenta de tarjetones, está reservada al cierre y sumatoria de votos del día electoral. O sea que para saber dónde quedó mi voto, debería recurrir a procesos jurídicos legales e incluso constitucionales que tutelen mi derecho a elegir y ser elegido.
Fue cuando me encontré con idénticos casos, todos irrefutables fallas estructurales de un sistema de elección que algunos, cada vez menos, consideran democracia, pero que realmente solo es el ancestral remedo o falsa legitimación de una obsoleta dirigencia política, anclada en el poder mediante triquiñuelas clientelistas y económicas, cuando no de fuerza, sin ningún tipo de responsabilidad social porque su exclusivo interés radica en esquilmar el erario hasta enriquecerse, así tengan que comprar cíclicamente muchas conciencias en cada votación.
Entonces preferí dejar de buscar mi voto en la profanada bolsa plástica que guarda el testimonio mudo de la inequidad. Lo busqué en la caprichosa escogencia de jurados de mesa, que la autoridad electoral disfraza como plural por pertenecer a diferentes partidos políticos, pero que las coaliciones entre sí los convierten en homogéneos, autores y cómplices de todo tipo de abusos y delitos en la manipulación del voto. Ahí nace la necesidad de los testigos, hoy voluntarios particulares prostituidos por el dinero que le puso precio a una labor, condicionando su efectividad a la capacidad económica de cada campaña.
Lo busqué en los amigos que duran tres meses arengando políticamente a un candidato y el último día cuando no hay ‘logística’ cambian de bando sin sonrojarse. Lo busqué en los que durante cuatro años se quejan de ‘los mismos con las mismas’ y al llegar la campaña se atragantan con el dinero que les vuelve a cerrar la puerta por cuatro años más. Lo busqué en los que renuncian a apoyar el cambio, porque prefieren las sobras de las mesas de los poderosos. Lo busqué en los especialistas en timar campañas políticas con votaciones inexistentes.
Hoy aún no lo he encontrado, pero coherente con mi concepción ideológica seguiré buscándolo en el sentido correcto, apostándole a la reacción del desprevenido elector, motivando al que en la prefabricada desesperanza auto aniquila sus aspiraciones votando por el verdugo.
Por eso seguramente solo lo encontraré cuando las oportunidades estén del lado del talento, el trabajo y la sensibilidad social. Ayúdame buscando también el tuyo. Fuerte abrazo. –