Se oyen ráfagas de metralla y disparos en el monte, explosiones en las estribaciones de las sierras y en las orillas de los ríos, más allá de la manigua; también se escuchan disparos en cualquier lugar de las ciudades, los puñales y cuchillos se asoman y se sacan en las esquinas y la agresión igualmente se siente en algún rincón de los pueblos. La violencia está al orden del día.
Sin embargo, solo nos fijamos en lo que de forma casi cotidiana nos muestran las noticias, pero si reflexionamos en la verdadera violencia, podríamos decir que esta habita en muchos de nosotros conviviendo con ella día a día.
Me pregunto: ¿habrá habido algún tiempo en donde el hombre vivió en paz? Y esta pregunta la debo hacer extensiva hasta consigo mismo, pues he ahí el dilema del asunto. ¿Ese triste uso irracional de la fuerza, no solo física, sino moral, de igual manera; ese poder real o amenaza contra uno mismo o contra nuestros semejantes que conlleva a un daño físico, psicológico, a lesionar y a matar ha sido siempre innato en el hombre?
Ahora bien, tal vez, me he limitado a señalar apenas dos tipos de violencia de forma general, pero esta puede ir inmersa en otros componentes dentro del ámbito personal, familiar, social y hasta laboral. Podríamos también hablar de violencia familiar, patrimonial, sexual, económica, laboral, docente, etc. Este triste concepto, este tipo de ejercicio de poder y autoridad que ofende, perjudica y quebranta los derechos de las personas, dañando, lesionando, incapacitando e incluso matando, hoy está más arraigado en nuestra sociedad, surgiendo con más fuerza desde cada uno de nosotros, como si la evolución nos arrastrara a exterminarnos en vez de protegernos de forma mutua como lo hacen algunas especies de animales. Pues, hasta en esto, muchos animales nos llevan ventaja. Ellos se protegen de sus depredadores naturales, ya sea por instinto de supervivencia u otra causa, pero lo cierto es que se ayudan, en cambio, el hombre arroja a su semejante muchas veces a su depredador (¿para sobrevivir él?) sin contemplaciones ni sentimiento.
La polarización que día a día nos aleja más del propósito deseado de convivir como una sociedad en paz, causada por algunos mal llamados líderes que no hacen sino abrir más brechas en vez de sanar heridas y cauterizarlas, si las hay, nos está llevando a un mundo invivible, y con mucha tristeza debo decir que no solo tal fenómeno lo estamos viviendo en nuestro país, pues todo el mundo padece hoy de este comportamiento agresivo, surgido, tal vez, por la combinación de ciertos factores individuales, familiares, comunitarios y sociales, que inexplicablemente no podemos obviar y mucho menos tratarlo como una patología dañina para la humanidad.
Si ni siquiera en el seno familiar se respetan algunas normas claras de convivencia: ya no dialogamos, ahora nos chateamos. No resolvemos nuestros conflictos dialogando y, si lo intentamos, aquellos que buscamos de intermediadores incendian más la inestable relación surgida con su aparente mediación buscando con ello, como diríamos de manera coloquial, pescar en río revuelto, lo que hace que en vez de declinar ante nuestro ímpetu agresivo estemos aún más prevenidos ante la inmersión de un tercero en el conflicto que nos ocupa.
Buscar o intentar hallar las raíces de la violencia ha sido tarea de algunos que se conmueven con el destino de la humanidad en general, intentando analizar una serie de factores que expliquen la arraigada violencia que habita en nuestros seres. ¿Una crianza destructiva? ¿Una vulnerabilidad genética y temperamental? ¿Trastornos de nuestros estados de ánimo? ¿Traumas, abusos, negligencias? ¿Presión de grupos sociales? Y por qué no, hasta por la sobrecarga de los medios de comunicación, que hoy influyen mucho más que cualquier vecino chismoso, alimentando el odio y plantando cizaña en las mentes y corazones de muchos débiles que aún consideran que por la fuerza y la violencia se consiguen las cosas anheladas.
Pero tenemos todavía la esperanza, apreciados lectores, que, así como hay gentes visionando y generando violencia, también hay otras que suplican entre susurros al aire indiferente cuánto amor existe aún entre los hombres.
Por: Jairo Mejía.