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Disparo en el pie

Lo que está pasando en el Perú era perfectamente previsible. Analizando los últimos 5 años de su historia en los que han sido presidentes 6 peruanos, no era difícil predecirlo. Hace poco, como ustedes bien saben, disfruté de una corta estadía en Lima por motivos profesionales. Bien recuerdo que en por lo menos un par de ocasiones en las que se coló tímidamente el tema político, mis interlocutores me manifestaban que la caída del gobierno era cuestión de tiempo. Y así fue…

Recién había sido elegido Pedro Castillo como presidente del Perú, en una entrevista que le concedió al periodista mexicano Fernando del Rincón, quien tiene un programa todas las noches en CNN en Español que se llama Conclusiones, Castillo manifestaba no estar preparado para asumir semejantes responsabilidades. Se le veía a asustado -recuerdo a cierto personaje santandereano que escapó a Miami en plena campaña de segunda vuelta y dejó la autopista despejada para que el guerrillero ganara la Presidencia de Colombia-, impactado por lo que acababa de suceder con su elección al derrotar a Keiko Fujimori. Las cosas, como ven, empezaron mal.

Los regímenes latinoamericanos, generalmente presidencialistas -vale la pena advertir que el Perú constitucionalmente consagra una mezcla extraña con el parlamentarismo, lo que debe revisarse-, imponen per se que la autoridad de quien detenta la primera magistratura es enorme, su poder es incalculable. Por eso, si quien allí llega no tiene la preparación adecuada, no comprende la manera cómo el poder está articulado, cómo se ejerce ese poder, se eligen entonces gobiernos erráticos, carentes de tacto, tragedias en todo el sentido de la palabra. ¿Les suena conocido? 

Pedro Castillo, embebido por su ignorancia y desconocimiento de los temas del estado, se disparó en el pie. Él mismo causó su caída, le ahorró el desgaste a sus contradictores y se entregó, se inmoló, lo que hizo ayer terminó siendo un suicidio político. Ya habían desestimado en el Congreso en 2 ocasiones que no era apto para gobernar y ayer se enfrentaba a la tercera. El martes él emitió una declaración a todo el país en la que manifestaba que al día siguiente se daría esa tercera dinámica y que él, libre de toda culpa ejercería su derecho a la defensa dentro de los cauces legales; de alguna manera se vio tranquilo, fuerte, transmitió seguridad. Se supone que el Congreso sesionaría a las 3:00 p.m. del miércoles para tomar una nueva decisión al respecto, alegando incapacidad moral para sostenerse en su cargo. Pero Castillo a eso de las 11:30 a.m., en alocución televisada, leyó una declaración en la que cerraba el Congreso, asumía un gobierno de excepción y manifestaba preparar al país para unas prontas elecciones para recomponer el legislativo peruano. 

El hombre no hizo bien los cálculos. Seguramente ya le habían dicho que era posible que los 87 votos requeridos para destituirlo sí podrían obtenerse, y perdió el poco buen juicio del que fue dotado. Asumió equivocadamente que las Fuerzas Militares lo apoyarían en su determinación golpista -eso es lo que trató de hacer ayer, darle un golpe de estado a la democracia-, pero no fue así. Logró una renuncia masiva de sus ministros lo que le hizo perder el control de la Rama Ejecutiva del poder público y los generales, al unísono, le dieron la espalda. Como decimos en Colombia, “dio papaya” y se la raparon de las manos. Hasta su vicepresidenta Dina Boluarte declaró estar en desacuerdo con cerrar el Congreso, lo que terminó siendo la estocada final para el gobierno de Castillo. Todo generó que lo detuvieran, lo encauzaran y a esta hora, como recibiendo un fuerte mensaje del destino, el otrora presidente del Perú se encuentra en la misma cárcel que el octogenario Alberto Fujimori.

Dina Boluarte llegó así a ser la primera mujer en llegar a la Presidencia del Perú y se apresta a formar gobierno. Ya veremos qué pasa, hasta cuándo podrá gobernar. Mientras tanto su exjefe, el profesor Castillo, podría ser condenado próximamente a entre 10 y 20 años de cárcel por el delito de rebelión, según el ordenamiento jurídico del hermano país.

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Jorge Eduardo Ávila: