MI COLUMNA
Por Mary Daza Orozco
Lo primero que hay que tener en cuenta cuando se dice o se lee un discurso es el trillado pensamiento que reza: “Lo bueno si es corto es doblemente bueno”.
Luego, antes de cavilarlo o de escribirlo hay que pensar a qué público va dirigido y para qué momento; si es un público heterogéneo se hablará con un lenguaje sencillo, si es un auditorio de intelectuales se puede dar rienda suelta a la sapiencia; en cuanto al momento, es sencillo: distinguirlo si es folclórico, político, religioso de duelo y demás situaciones frecuentes que enfrentamos.
Por último hay que leerlo, releerlo y volverlo a leer, aunque se lo haya escrito alguien en quien usted confía lo mismo si es de su propia inspiración, para tratar de no equivocarse y pronunciar bien las palabras; cuando un término se pronuncia mal los oyentes sienten vergüenza ajena ante los concurrentes. Leer y releer, esa es un clave importante y si no se conoce una palabra no hay que usarla, es mejor cambiarla, existen muchas para escoger y quieren decir lo mismo.
Cuando se inaugura un evento folclórico, hay que hablar de eso: de folclor, de la razón de ser de la reunión, de la convocatoria, es un momento que no admite otro tema, especialmente en un Festival como el nuestro en que los ojos y oídos del país están puestos en él y en el que acaba de pasar la nota la dio el señor presidente Juan Manuel Santos: ¡Qué manera más impactante de comenzar un discurso para los amantes del vallenato! “Señores, vengo a contarles…” Nos dio, desde el principio, de lo que nos gusta, de lo que se trataba la fiesta, desplegó, sin equivocarse, su sabiduría de los cantos vallenatos y gustó.
A pesar de que es un conocedor de nuestros cantos y parrandas, seguro que se preparó para poder dar con la cita precisa y a pesar de que fue un tanto extenso no aburrió, echó por tierra la frase o sentencia que cité al principio. A veces lo bueno, lo muy bueno, resiste una mayor extensión. Ahora, que si el presidente se salió unas dos veces del tema fue presionado por unas peticiones que no eran para el momento, pero él las empató con el aire folclórico que tenía su discurso y no desfalleció.
¡Cómo aburren los discursos, disertaciones, homilías, exposiciones tautológicas! Y qué fastidio la mala pronunciación de términos tan sencillos, el hecho de que seamos costeños y nos “robemos las eses” no nos da licencia para presentarnos con una dicción tan deficiente, eso es vergonzante, porque por uno nos califican a todos.
Preparase es vital para hacer una buena disertación: analizar cada párrafo, ver ¿qué le sobra y qué le falta?, evitar los chistes ramplones, no confiarse en la memoria porque, ante una multitud que está pendiente de escuchar belleza, nos puede fallar. Si se es funcionario público saber que tiene la responsabilidad de representar a un pueblo entero y no tiene derecho a dejarlo mal.
La oratoria es un arte, es además un género literario, es emocionante, pero hay que cumplir con ciertos requisitos antes de atrevernos a practicarla, especialmente ahora cuando se avecina una lluvia de disertaciones políticas; recalco dos que no se deben olvidar: hacer un discurso digno y elocuente y tener respeto por quienes lo van a escuchar.