Hace ocho años, cuando vivía en España, pensaba que el mundo era uno solo y no habían diferencias, o mejor, era lo que quería creer, al establecerme en otro país lo que más me interesaba era conocer gente, poco a poco me di cuenta que hacer amigos en la ‘madre patria’ era difícil, por lo que representa una cultura diferente, con costumbres diferentes, más aún, si eres ‘sudaca’ como acostumbran llamar los españoles xenófobos a los oriundos de esta parte del mundo. Entre muchas situaciones, recuerdo que un peluquero me preguntó: ¿De dónde eres chaval? Le contesté con orgullo: de Colombia; me respondió: joder tío, o sea que tú fuiste descubierto por nosotros, cosa que deberías agradecer, me lo dijo como medio en serio y en broma, me incómodo y pensé en replicarle: claro, cuando fueron a robar y violentar nuestra cultura, pero decidí que no valía la pena.
Algo diferente me pasó en un curso de diseño que proporcionaba gratis la Comunidad de Madrid, en un instituto que ni recuerdo y al cual me inscribí para aprovechar algunas oportunidades que le brindan a los desempleados e inmigrantes, al tratar de integrarme con los pocos compañeros de curso, sentí que no era del agrado de los españoles, igual que otro compañero de Guinea Ecuatorial, con quien sí hice mucha liga; poco nos importaba que pensaran que habíamos llegado a quitarles beneficios que debían ser solo para ellos. Debo aclarar que no son todos, pero sí una gran mayoría. También me pasó en Chicago cuando trabaja como guardabosques, pero esta vez fue “don” Luis, un colombiano residente que empleaba gente en las reservas forestales y pagaba muy por debajo de lo establecido e incluso, a veces ni pagaba, como me ocurrió a mí.
Estas historias me sirven para ilustrar un problema que está viviendo la sociedad colombiana y a la cual nunca pensamos estar expuestos: el éxodo venezolano. Hoy, el país vecino se cae a pedazos y cada vez son más los hermanos que escapan por la alta inflación y las escasas posibilidades, sometidos por una dictadura cobarde y salvaje; Colombia siempre fue un país exportador de migrantes, pero no receptor, ahora nos pasa como a EEUU, Europa y muchos países del mundo que reciben refugiados, víctimas de guerras o precarias situaciones, que solo buscan como vivir mejor. El gran desafío es como recibirlos de la mejor forma, en primer lugar hay que ponerse en los zapatos del otro, de ese ser humano que lo perdió todo y necesita una mano en una tierra extraña; quiero pensar que los colombianos no somos xenófobos ni racistas, pero veo muchos casos que me hacen dudar, es común y muy frecuente en estos días, escuchar a cualquiera en cualquier lugar referirse a ellos menospreciándolos, “los venezolanos se regalan y están dejando sin trabajo a los colombianos, los venezolanos son ladrones o los venezolanos son flojos, no sirven”.
Eso es xenofobia y manifiesta una muy baja estatura humana, es una circunstancia difícil para ambos países, tampoco es cuestión de reciprocidad, es humanidad. Ojala comprendamos que a todos nos puede pasar y lo más acertado es cooperar, sin ninguna contraprestación, es honrar la palabra de Dios. Es obligación del Estado, tratar de convocar a la comunidad internacional para acordar un plan urgente, porque esto se salió de las manos y cada día crece más, pero el reto es de cada uno desde su corazón tratar de entender y no de juzgar.
@JACOBOSOLANOC