¿Por qué me has abandonado? Si estas palabras dichas por Jesús antes de morir en la cruz se toman literalmente podría asumirse que murió en la desesperación. Pero no fue así. Se historia que cuando dijo esa frase estaba rezando el Salmo 22 de la biblia intitulado “Oración de un justo que sufre”.
Ahora, ciertamente en la vida mundana surge desesperanzador lo que nos ocurre a los colombianos en todos los órdenes y en la coyuntura en materia de justicia. Tenemos un perverso presente y un oscuro futuro. En la praxis diaria de la operación de justicia hay prácticas muy sucias, tanto en los ámbitos secretariales de los despachos judiciales como en el entorno de los operadores del sistema y de quienes les proyectan los proveídos.
El lobby judicial ha pervertido todo el andamiaje del sistema judicial. Lo primero que se nos pregunta a los abogados para pleitos es cuál es nuestra capacidad de contacto y relaciones con magistrados, jueces y fiscales. Y estos trasmiten a los ciudadanos que el profesional del derecho es exitoso si tiene proactivo contactos con ellos. Y visibilizan una sonrisilla, significando así son las cosas ahora. ¿Cómo se hace?
La probidad, la decencia, la responsabilidad y el esfuerzo en la argumentación jurídica y las buenas prácticas ya no tienen ningún valor, porque ni siquiera en los espacios de las decisiones judiciales, no se responde las alegaciones, sino que se decide conforme la unilateral perspectiva del operador de justicia.
Así las cosas, por favor, Dios no abandones a las nuevas generaciones de abogados. No les permitas que se formen leguleyos con déficit de moral y ética. Todo debe cambiar en actitudes y aptitudes. Pero el reto de variar los rumbos es para los que se forman en las nuevas realidades de un mundo sórdido y complejo.
Alrededor de lo que se deja arriba dicho aparecen tres tipos de personas: Los que niegan la existencia de Dios (ateos); los que ni afirman ni niegan la existencia de Dios (agnósticos) y los creyentes quienes afirmamos la existencia de Dios.
Una buena reflexión nos permite identificar donde nos ubicamos: cuando nos proponemos subirnos a un avión, no indagamos quien es el piloto, ni sabemos de su pericia, ni de su situación emocional o física. Ni pensamos en el estado del aparato ni de sus fallas técnicas, porque en acto de fe confiamos que todo irá bien.
Cuando vamos al médico también en acto de fe confiamos de su competencia, sin conocer su pericia ni le exigimos ver sus títulos académicos. Nunca hemos visto la paz, sin embargo, creemos en ella. No vemos la democracia pero creemos que es un valor. Existen miles de situaciones humanas que existen aunque no se vean y existen personas que aunque no las vean las sienten.
En suma la certeza de nuestra propia existencia nos induce a la certeza de la existencia de un Dios, que nunca falla y no nos abandona, aunque lo que vemos y sentimos nos llena de angustias inexpresables. Debemos enmendar los reflejos de un vivo y ajetreado mundo que no irradia la bondad de su Creador.