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Dios es inmutable

Por: Valerio Mejía Araújo

“Toda buena dadiva y todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces, en el cual, no hay mudanza ni sombra de variación”. Santiago 1:17

Hoy quiero referirme a uno de los atributos más preciosos de la naturaleza de Dios: su inmutabilidad. Decir que Dios es inmutable equivale a decir que Él nunca difiere de sí mismo. El concepto de un Dios creciente, evolutivo o en desarrollo no se halla en las Escrituras. Es imposible que Dios pueda variar de sí mismo en forma alguna.
Solamente un ser compuesto por partes puede cambiar, porque el cambio consiste – fundamentalmente- en una alteración en la relación entre las partes de un todo; o en la admisión de algún elemento extraño dentro de la composición original. Y puesto que Dios es autoexistente, no es compuesto;  y puesto que es autosuficiente, nada puede entrar a su ser desde afuera.
Todo cuanto Dios es, lo ha sido siempre. Y todo lo que ha sido siempre, lo seguirá siendo. Nada que Dios haya dicho jamás acerca de sí mismo o sus criaturas será modificado. Su inmutabilidad lo garantiza.
¿Esto que tiene que ver conmigo ahora? Creo que el comprender la inmutabilidad de Dios nos dará elementos para traer paz al corazón atribulado. Cuando nos damos cuenta que Dios nunca difiere de sí mismo, podemos llegarnos hasta Él en cualquier momento, no necesitamos preguntarnos si lo vamos a encontrar de buen humor. Él siempre estará receptivo ante el sufrimiento humano y ante el amor y la fe. Él no tiene horas de oficina, ni aparta momentos de soledad en los que no quiere ver a nadie. Tampoco cambia su pensamiento con respecto a nosotros, en este momento siente hacia nosotros, lo mismo que sentía cuando envió a su Hijo Unigénito al mundo para que muriera por la humanidad.
Por otra parte, la inmutabilidad de Dios contrastada con la mutabilidad del hombre, nos lleva a concluir  que lo único fijo, seguro, estable de nuestra vida, es cuando  encontramos refugio en Dios. Ni el hombre ni este mundo están fijos, ambos se hallan en un constante fluir. Y en un mundo de cambio y decadencia donde no podemos estar felices por completo, y nos lamentamos ante el paso de las cosas familiares y queridas; instintivamente  debemos buscar a Dios el inmutable y allí podremos encontrar la paz y seguridad que anhelan nuestras almas.
Por supuesto, que la capacidad misma de cambiar es un regalo de Dios, lo que debe exigir una continua acción de gracias. Toda posibilidad de redención se encuentra en nuestra capacidad de cambio, y el secreto de los que triunfan está en comenzar siempre de nuevo. Será por medio de una constante sucesión de cambios, como podremos llegar por fin a la estabilidad y permanencia que tanto anhelamos.
Ahora, en este mundo donde los hombres nos olvidan, cambian sus actitudes hacia nosotros según les dicten sus intereses privados, y revisa su opinión hacia nosotros por la causa más banal, ¿no es acaso una fuente de maravillosa fortaleza el saber que el Dios a quien amamos, no cambia; que su actitud hacia nosotros ahora es la misma que tenía en la eternidad pasada, y será la misma que tendrá en la eternidad por venir?.
Amado amigo, Dios nunca cambia de humor, ni se enfría en sus afectos, ni pierde el entusiasmo. Dios no entra en componendas, ni necesita que se le presione. No es posible persuadirlo para que altere su palabra, ni incumpla sus promesas.
Puesto que “Dios no cambia” nos toca a nosotros cumplir con sus términos y traer nuestra vida a la sintonía con su voluntad; entonces, su poder infinito comenzará a operar a favor nuestro.
Ora conmigo: “Querido Dios, gracias porque nunca cambiarás y tus promesas para hoy son las mismas de ayer y de mañana. Amén”.
Recuerda: Dios es el mismo, ayer, hoy y por los siglos.
Abrazos y bendiciones en Cristo…

valeriomejia@etb.net.co

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