Todos gritan al unísono: pertenecemos a “la dinastía” tal. La mayoría lo hacen bajo la sombra de los muchos rasgos del automatismo que rodea a nuestra música vallenata, sin percatarse de lo que ello encierra y si es la forma correcta o no de mostrar el peso del uso de esa palabra.
Muchos aseguran que fue el Festival de la Leyenda que le dio asidero, otros que a través del libro Vallenatología, de la escritora Consuelo Araújo Noguera, se abrió la discusión y se hizo costumbre su uso. Puede ser que ninguna de las anteriores sea la razón de ser en el uso de la palabra o si ya esta venía recorriendo los caminos que se dieron antes y después de la consolidación de las diversas muestras estilísticas del vallenato. Ese surrealismo artístico está en el subconsciente del creador vallenato como una idea fija, cuya acción los lleva a responder, casi que sin preguntársele: “Soy de la dinastía…”.
Al tiempo que todo eso ocurría, sin que se le dijera al mundo local o regional, se abría una gran realidad que puede poner a tambalear el uso sin razón para muchos de esa palabra, en el proceso creativo de tantos seres que ayer y hoy siguen de pie exponiendo la música que por “tradición” han cultivado.
Muchos la rechazan de plano y no saben lo cercana que está de su propia realidad étnica. O lo plegada que está a su biodeterminismo cultural, más que la supuesta “dinastía”, en donde la costumbre terminó derrotando a lo que emana de lo más profundo de nuestro ser: las “familias musicales”.
Es la misma que no está dispuesta a seguir en el papel segundón a que la llevaron quienes corrieron a cubrirse de “dinastía”, porque tiene todos los fundamentos necesarios para atravesársele con un componente fundamental como lo son las pruebas de ADN, que no puede hacerse en ningún momento “la dinastía”.
“Dinastías” o “familias musicales” es la disputa que ejercen, los defensores de estas dos palabras en la cultura vallenata. En esa discusión eterna, planteada por los de aquí y los que llegan, están los que abren su bocota a todo pulmón para gritar que “yo sí soy músico, porque vengo de la familia tal que es una dinastía” y las razones que esgrimen sin argumentos, es que ellos han cultivado la música desde varias generaciones y siguen vigentes en esa tarea como el primer día, sin darse cuenta que son los mismos que caminan como Vicente, “por donde va la gente”, sin brindar razones de peso para seguir creyendo en esa novelería Garcíamarquiana que se ríe de su propio invento.
DUDAS Y DINASTÍAS
Son muchos los interrogantes que han de surgir, al interior de los procesos investigativos, para lograr esclarecer si ese término “dinastía” es, o en cambio el de “familias musicales”, es el que debe usarse en la labor de los que ayer hicieron esa actividad y los que hoy, reproducen y crean nuevas expresiones dentro del vallenato.
Cuando recibimos el uso de la palabra “dinastías” es necesario remitirnos a muchos procesos sociales y sus efectos avasallantes, los cuales nos hacen evocar a los grandes imperios y casas, que ayer y hoy, han manejado la suerte de los pueblos en todos los Continentes, cuya realidad al final de las sumas y restas planteadas por la vida misma, son las que sometieron con su voz imperial, el destino, la suerte y todo lo que tuviera que ver con ellos, a tantos seres humanos.
Es necesario tener claro, lo que ocurre con esa palabra regada por todo el mundo, en donde las dinastías a manera de imperios o casas, arropan a los continentes y hacen su labor hegemónica. Si partimos del África, encontramos que prevalecen los del centro, Kanem-Bornu, el imperio centroafricano con la dinastía de los Bokassa, los Dugua y Sayfawa, Egipto desarrolló alrededor de 31 dinastías, entre las que se destacan la Macedónica, Ptolemaica y Muhammad Ali, en Etiopía están la Zagwe y Salomónica, Marruecos con Idrisida, Maghrawa, Almorávide, Almohade, Marinida, Wattasida, Saadí, Alauí.
En América del Sur, el reino de la Araucanía, la Patagonia y la Tounes, Brasil donde se destaca la de Braganza, Imperio Inca están la de Hurin y Hanan, en América del Norte, Haití con Dessalines, Christophe y Soulouque y México la de Iturbide y Habsburgo-Lorena, en el Océano Pacífico, en Hawái están Kamehameha, Kalakaua y Kawananakoa, Nueva Zelanda con Te Wherowhero y Maori, Tahití con la Pomare, Tonga con Tu’i Tonga y Tupou, en el Asia, Afganistán la Durrani y la Barakzai, Israel con la de David, los Asmoneos y la de Herodiana, China con sus tres augustos y cinco emperadores, la Xia, Shang y Zhou.
AL VALLENATO
Esto me lleva a insistir en lo distante que está la una de la otra. Esa realidad que está inmersa en la palabra “dinastía”, contrasta con la exaltación a la vida que construye a través de su labor diversas “las familias musicales” que hay en el vallenato.
Ese contraste surgido en el diario vivir de nuestros creadores se refleja de una mejor manera cuando decimos: “los músicos tal, hacen parte de una familia musical”. La expresión “familia” acerca, llena de afecto, vuelve más humana esa actividad artística, nos une y rompe la arrogancia que existe desde que le dijeron para mal, a los protagonistas del vallenato que eran parte de una “dinastía”.
Lo planteado aquí busca que el disenso que la misma pueda generar se haga en un franco dialogo abierto, decente y en paz, que debe conducir a la construcción de mejores senderos discursivos para bien de nuestra música vallenata.
Me gusta cuando encuentro a jóvenes hablando, del aporte que han hecho las diversas “familias musicales del vallenato”. En ellas se resalta el canto, la composición, la ejecución del acordeón, caja y guacharaca, el chiste, la gastronomía, la danza, la teatrización que hay en los cantos vallenatos, que a manera de monólogos, ayudan para que podamos construir elementos fundamentales en nuestra cultura artística.
Si bien es cierto, que el uso reiterado de la palabra “dinastía”‘ se puso de moda en los años 70’, el libro Vallenatología, de Consuelo Araújo Noguera, obra que considero el mejor prólogo para abrir como en efecto ocurrió, las discusiones regionales en los medios de comunicación, en los cafés, esquinas, burdeles, a donde concurría la gente llena de pasión, la misma que emana del sentir de su música y sus creadores, quienes empezaron a hacer sus listados, estructurando rigurosos juegos de poder en donde los creadores, voces, acordeoneros, cajeros, guacharaqueros, conocedores de esa música, vallenatologos graduados por obra y gracia de la universidad de la vida vallenata, situación que permite encontrar más de un elemento vinculados a un núcleo familiar, que hayan tenido que ver con la música vallenata, que contrasta con esa gastada palabra “dinastía”, “imperio” o “casa”, cuyas recordaciones son más de sometimiento, conquista, opresión y deslegitimación del valor de la vida, que nos vincula con una música hecha por campesinos, nacida de las entrañas de la tierra, que se sobrepuso a la muerte, al sometimiento y a exclusión social, para fortalecer lo que debió imponerse desde sus inicios: “el de familias musicales”.
Este texto, es una síntesis de un capítulo de mi libro ‘El vallenato un correo musical’ y fue expuesto junto con “hacedoras de vida artística” que contiene el aporte de la mujer en el vallenato, desde tres ejes fundamentales como lo son “parinderas de música”, “musas que inspiran” y “musicalizadoras de sueños” en un foro que se hizo en Villanueva, que contó con la presencia de Israel y Rosendo Romero Ospino, dos hermanos que han contribuido a mostrar la fortaleza que encierra una “familia musical”, los escritores Fausto Pérez Villarreal, Tomás Darío Gutiérrez y Juan Celedón, junto a diversas personalidades de la cultura de la Guajira, entre ellas, Weildler Guerra Curvelo, quienes se dieron cita para construir observaciones sobre el devenir cultural de esa tierra nuestra.
Es de anotar que en ese tire y afloje que cunde en nuestra cultura artística, todos terminaron auto refrendándose como “dinastías del vallenato”, situación que en vez de clarificar el panorama lo ha enrarecido, bajo el manto de un pugilato sin sentido que a diario se da en nuestra tierra y su música. De hecho, no se trata de opacar a quienes no tienen un sustento familiar sobre la actividad que desarrollan, en este caso, el de la vallenatía, pero de lo que sí estoy seguro es que es mejor, el uso de la frase “familias musicales”, que esa oscura palabra “dinastía”.
Lo que está demostrado hasta ahora, es que el uso de “dinastía” es una palabra impuesta y la de “familia musical” es más natural, porque nace de las entrañas de los constructores de la música vallenata. Permite esta apertura, del uso de “familia musical”, buscar las fortalezas que la misma tiene, basados en la composición, interpretación del acordeón, caja y guacharaca, canto y voces, que abrirán el abanico con lo que cada una de ellas cuenta, porque en definitiva “la sangre llama” como lo dijera el talento natural Emiliano Zuleta Díaz.
A MANERA DE PROPUESTA
Esta propuesta corre el riesgo y es apenas obvio, que no faltará el periodista o locutor de cualquier medio de comunicación, el músico e investigador, que sigan hablando de las “dinastías vallenatas”, al tiempo que nosotros planteamos una nueva forma de tratar el tema que lleve a la unidad, que nos permita trabajar, mirar y accionar en grupo, en busca de hacer menos individualista el protagonismo de los valores vallenatos.
La riqueza que encierra la frase “familias musicales”, tiene una mayor conexidad con las raíces de nuestra música vallenata. Qué bonito escuchar cuando se dice: “Los hermanos Poncho y Emiliano pertenecen a la familia musical de los Zuleta Díaz” o Alejandro y Nafer lo son de los Duran Díaz, esto por citar dos ejemplos, al tiempo que la palabra “dinastía” debe quedar relegada por la fuerza de su naturaleza, buscando anclarse en el lugar que le corresponde, no en el de la música vallenata, a donde llegó sin ninguna razón que la pudiera vincular.
No faltará también quien me señale, en esa terca acción de querer derrumbar la costumbre de muchos años en ese uso de “la dinastía”, ante la de “familias musicales”, propuesta en la que la mayoría no están preparados para su divulgación. Sabemos que es una dura competencia, que a la usanza de los que libran los ejecutantes del acordeón, caja y guacharaca, para demostrar su talento en la ejecución de sus instrumentos, nos corresponderá asumir el afianzamiento de la frase “familias musicales” ante la sometedora “dinastía”.
Es más fácil ver o encontrar a unas “familias musicales” rememorando el canto de Carlos Huertas Gómez después de un duro enfrentamiento musical, en donde no hubo muertos ni heridos y “sellar en fuerte abrazos a los nuevos Pitres y Martínez” porque sin lugar a equívocos, la música vallenata tiene ese encanto, en donde después de una fuerte contienda musical, los contrincantes, ganadores y derrotados, terminan reconociéndose y aceptando la decisión compleja de un jurado que decide la suerte de unos y otros.
Escritor, periodista, compositor, productor musical y gestor cultural para que el vallenato tenga una categoría en el Premio Grammy Latino.
Por: Félix Carrillo Hinojosa / EL PILÓN