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Dinastías. Columna por Luis Augusto González

Por Luis Augusto González Pimienta

Terminó el cuadragésimo sexto festival vallenato con el merecido triunfo de Wilber Mendoza Zuleta, el hijo único del inestimable “Colacho” Mendoza y Fanny Zuleta. Como siempre habrá conformes e inconformes, lo cual es usual en toda competencia. Es imposible poner de acuerdo a los seguidores de Barcelona y Real Madrid, de Boca y River, de García Márquez y Vargas Llosa, de Santos y Uribe. Hay para todos los gustos.

Particularmente advertí una muy reñida disputa por la corona de Rey Vallenato. Los cinco finalistas, y quizás dos más que también pudieron conformar el selecto grupo, fueron muy parejos en la ejecución de los cuatro aires musicales del concurso. Wilber se enfrentó con sapiencia e hidalguía a todos ellos, y su madurez le dio un plus para superarlos. Sin excederse en la interpretación, sin apurar el paso, con variantes melódicas y registros propios y también de su muy recordado padre, obtuvo con justicia el primer lugar. 

Pero además tuvo que enfrentar y exorcizar sus propios demonios, aquellos que por un tiempo lo tuvieron al borde del precipicio, los cuales sorteó con determinación y mucho  carácter. Una cosa lleva a la otra. Vencer sus problemas internos lo condujo a la victoria musical, lo que lo hace dos veces ganador. Bien, muy bien por eso.

Con Wilber se proyecta la dinastía Mendoza en el folclor vallenato, pues su padre, génesis de la misma, marchaba en solitario hasta el arribo del flamante nuevo rey.

Alejo Durán y su hermano Nafer fueron los precursores de las familias triunfadoras. Miguel López, su hijo Álvaro, su hermano Egberto “El Debe” y su primo Navin, conformaron con el eximio cajero Pablo, la estirpe con mayor número de aportantes. Los Granados, Hugo Carlos, Juan José y el tío Almes, nos recuerdan al formidable Ovidio, creador de una dinastía pese a que él no obtuvo la corona. Calixto Ochoa y su sobrino Eliécer fueron reyes. Así mismo Chema Ramos y su hijo Chemita, y los hermanos Meza Reales, Ciro y Álvaro.

Es, pues, una constante. Y es apenas natural, no tanto por la transmisión genética cuanto por el ejemplo casero. Pero no necesariamente es un axioma, porque quedan por fuera excelsos intérpretes cuyos vástagos o parientes cercanos no han dado la talla.

Celebro el triunfo de Wilber Mendoza como si se tratara de un hijo pródigo que llena de contento a sus padres. A propósito, imagino a Fanny y a Colacho brincando de la dicha por el éxito de aquel que fue motivo de sus desvelos, al que le entregaron con devoción sus mimos, sus esfuerzos, su amor.
Valledupar, mayo 4 de 2013

 

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