Por Óscar Ariza Daza
Colombia lleva más de cincuenta años en los que se ha derramado mucha sangre, bajo el pretexto de una patria mejor, que cada día está peor.
El país se debate en una crisis irracional, porque muchos que se sienten vulnerados en sus derechos, se han volcado a las calles y carreteras a protestar, mientras los vándalos aprovechan las circunstancias para desestabilizar la economía y seguridad de las regiones.
Carreteras bloqueadas, universidades y colegios cerrados, policías haciendo uso desmedido de la fuerza, vandalismo en las calles, camiones quemados, parte del país incomunicado y desabastecido, enfrentamientos entre fuerza pública y campesinos relegados a un olvido centenario; ciudadanos muertos, policías heridos, pueblos enteros sin qué comer, mientras otros derraman leche y arroz por inconformidad con las políticas estatales, son una clara muestra de la anomia que padecemos.
No obstante, en medio de tanta información violenta, vuelta novelería por noticieros y periódicos, observamos gestos de paz que inspiran y devuelven la esperanza de ver a este país reconciliado.
Ver en primera página de un diario de circulación nacional a un campesino protestante ofreciéndole comida a la policía, demuestra una vez más la necesidad del acuerdo.
Lo vergonzoso es que mientras todo esto sucede, el resto del país parece postrarse en una especie de indiferencia demoníaca, que desprecia la vida y sufrimiento de quienes padecen directamente estos choques.
Aun así, siempre habrá quien nos dé una lección amorosa para hacernos reaccionar ante tanta degradación.
Me refiero a Gloria Barreto, la mujer que se levantó con los brazos abiertos, como escudo humano para proteger a la policía del ataque de los furibundos manifestantes que los agredían.
A pesar de que le apodaron el ángel de la guarda del Esmad; un grupo de hombres que por su apariencia puede llegar a inspirar más desprecio que amor, en medio del combate irracional, Gloria abrazaba a quienes lanzaban piedras y otros objetos contra la fuerza pública.
En su afán de evitar más violencia, se convirtió en un escudo humano, que a punta de abrazos trató de persuadir a los manifestantes, con una fuerza sobrecogedora sustentada en el amor de Dios; esa fue su única respuesta pese a que la maltrataron; demostrar amor por los dos bandos que combatían, sin importar quien tuviera la razón.
Gloria demostró que más que ser incendiarios se puede ayudar a evitar que entre colombianos se sigan alimentando estos odios. Gloria Barreto es un digno ejemplo de imitar.