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“Diga que la señora Consuelo me hace mucha falta”

Desde muy niña a Consuelo Araujonoguera le gustó el vallenato y más cuando se lo escuchaba cantar a Ana Luisa en el hogar de sus padres Santander Araújo y Blanca Noguera, quien a toda hora soltaba cantos de esos viejos juglares.

Esos cantos de la joven se pegaron tanto que ‘La Cacica’ al escribir el libro ‘Vallenatología’, le dedicó una página.

Apartes de ese escrito dice: “El sabroso merengue ‘La mujer amarilla’ de Francisco ‘Chico’ Bolaño que aprendí muy niña oyéndoselo a Ana Luisa, la cocinera de mi casa, una gigante femenina con la fuerza de un caballo, que hacía unas arepas deliciosas y que desde bien temprano, en la mesa que había debajo de un palo de limón que estaba en el patio, comenzaba a moler el maíz mientras gritaba, a voz en cuello:

Tengo mi rosa sembrada,
tengo melón y patilla;
yo soy el hombre que pongo
a las mujeres amarillas.

De boca de Ana Luisa también aprendí otro merengue de este género, cuyo autor no he podido precisar por más que he investigado y cuya letra comenzaba así:

Compadre no se vaya,
que el sancocho ya va a está
tiene yuca, tiene ñame
y tiene batata morá.

De esta manera nació su inquietud por el auténtico vallenato que la llevó a convertirse con el paso del tiempo en una verdadera vallenatóloga y de esta manera pudo conocer de cerca a esos músicos que se la pasaban cantando historias simples, pero bellas porque las engendraba el sentimiento y las paría la inspiración.

Fidelia, guardiana de los recuerdos

En medio de esas añoranzas aparece Fidelia María Vásquez López, natural del corregimiento de Mariangola, quien llegó a la vieja casona de la plaza Alfonso López cuando Consuelo Araujonoguera tenía cinco días de casada con Hernando Molina Céspedes.

“Yo tenía 14 años cuando me trajeron y la señora Consuelo se acababa de casar. Ella tenía 18 años. Me amañé enseguida y así poco a poco me fue enseñando los oficios de la casa. La acompañaba a echarle maíz a las gallinas, a regar las matas y aprendí a hacerle los plátanos amarillos serranos con queso, y además le añadía un vaso con leche. Ese era la comida que más le gustaba en la mañana. Ya hacía parte de ese hogar y con el paso de los años fueron llegando sus hijos”.
Las añoranzas enseguida visitan su mente y relata hechos trascendentales de esa gran familia y hace referencia al gran amor de ‘La Cacica’ por todos sus hijos y nietos.

“Cuando hablaba sobre sus hijos se emocionaba y así los definía: Hernando, era el hijo amigo y el hermano mayor; Andrés, el intelectual; Ricardo, el campesino agricultor; María Mercedes, la bohemia; Rodolfo, su alma noble y Edgardo José, ‘El Cuchi’, igualito a su papá en todo”.

A Fidelia también le llegó la etapa de enamorarse y casarse, y entonces ‘La Cacica’ la mandó a hacerse cargo de la finca ‘Mano de Dios’, y allá estuvo 12 años hasta que se regresó a la vieja casona como ama de llaves.

“De esa manera conocí de cerca a prestantes personalidades del país como Gabriel García Márquez, muchos presidentes de la República, ministros, embajadores y especialmente al doctor Alfonso López Michelsen, quien me decía que si le rascaba la planta de los pies con una peinillita me daba para ir a cine”.

Fidelia sigue recordando y llega al punto donde las lágrimas aparecen sin pedir permiso. “La señora Consuelo me bautizó a mi hija María Angélica, pero nunca le dije comadre. Ella, unida a mis hijos, fue lo mejor que Dios me ha regalado en la vida. Me dio muchas cosas, como blusas y vestidos que conservo, pero especialmente me ayudó en la crianza de mis cinco hijos y hoy tres son profesionales”.

Se calmó un poco y contó su entrada hace 30 años a la Fundación Festival de la Leyenda Vallenata. “Esa fue una bendición que en pocos días me permitirá quedar pensionada. Ella me dijo: necesito que vengas a trabajar conmigo y aquí estoy. Comencé en el sótano de la tarima Francisco El Hombre, y luego pasé hace 12 años al Parque de la Leyenda Vallenata”.

En ese lugar es la diosa coronada, el baúl de los recuerdos, la señora amable, querida y que siempre tiene una sonrisa. La comadre de Consuelo Araujonoguera, pero especialmente la mamá a la que aman sus hijos porque con esfuerzo los sacó adelante.

Sigue en su corazón

Fidelia Vásquez no quiere recordar ese sábado 29 de septiembre de 2001 cuando recibió la noticia de la muerte de su comadre, de su amiga y la mujer que la recibió desde niña en su corazón y en la vieja casona de la plaza Alfonso López.

Entonces medita un poco y enseguida anota: “Siempre la recuerdo sonriendo. La recuerdo vestida de pilonera, con sus trinitarias en la cabeza y cantando esas canciones que la emocionaban”.

Este es el amor, amor
el amor que me divierte
cuando estoy en la parranda
no me acuerdo de la muerte.

Toma en sus manos el libro ‘Consuelo Política’ escrito por el periodista Galo Manuel Bravo Picaza, donde tiene subrayadas varias frases dichas por ‘La Cacica’ en su campaña a la Gobernación del Cesar.

Una de ellas le llama la atención y la lee pausadamente. “Mi propuesta es una propuesta de paz y tranquilidad que solo se consigue cuando la gente tenga donde trabajar y cuando no sean los viejos que tengan que sepultar a los jóvenes”.

Fidelia sigue en el lugar de siempre brindando con cariño un tinto a cada visitante a las oficinas de la Fundación Festival de la Leyenda Vallenata, y claro con su inmensa carga de recuerdos. Ella no se cansa de agradecer a la señora Consuelo, como siempre la llamó, a pesar de ser su comadre, y ahora a sus hijos a los que cuidó, vio crecer y de quienes ha recibido mucho cariño y una casa.

Al final pidió anotar algo. “Diga que la señora Consuelo me hace mucha falta y que todavía hago las cosas como a ella le gustaban”. Fide, como todos la conocen, se quedó ajustando cuentas con la nostalgia.

 

Desde muy niña a Consuelo Araujonoguera le gustó el vallenato y más cuando se lo escuchaba cantar a Ana Luisa en el hogar de sus padres, quien a toda hora soltaba cantos de esos viejos juglares.

 Por Juan Rincón Vanegas
@juanrinconv

 

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