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Diciembre alegre,  Valledupar de nostalgias

Al rodar por la calles de Valledupar y sentir  la angustia que te genera el montón de carros, más las nubes de motos, una que otra bicicleta y la gente que como hormigas van en el camino, tropezando unas con otras, pero sin levantar  la mirada, sin revisar de quién se trata. Eso nos llena de nostalgia y nos invita  a meditar sobre los cambios que han sufrido nuestros pueblos.  Y más allá en medio de las tradiciones navideñas, sencillamente la tecnología prevalece;  es la que nos domina. Arbolitos de navidad virtuales, tarjetas sublimes a través de las redes sociales, ya nadie manda a hacer almanaques ni tarjetas de navidad con el nombre del papá, la mamá y los hijos. Añoramos encontrarnos con el  Valledupar de hace treinta o cuarenta años atrás.

Extrañamos las calles sin tanto cemento, el fresco de la tarde, al filo de la noche,  que cobijaba todo el valle, porque era pequeño y la brisa que bajaba de la sierra alcanzaba para todos. Nostalgia nos da  al recordar el Valle de  cien mil o  un poquito más de habitantes. Las dos o tres avenidas que teníamos: la Pastrana, la Simón Bolívar y después  la de los bomberos,  recorrerlas era una delicia. Ir a cine, el viernes o sábado era un señor paseo y todo un evento,  desde comprar la boleta hasta la salida. El teatro San Jorge, el Cesar y el Caribe. Años después el teatro Avenida y el Ariguaní en el Doce de Octubre. Nada como guardar  unos pesos para comprar la papa y el jugo de freskola, mancha tripa en la pared del frente del teatro San Jorge. Las cenas ya no son las de antes, el sancocho de gallina criolla y el guiso de chivo con bollo, o el friche de asadura  con sangre. Dios lo libre. Ahora es puro pavo relleno de zenú y salsa agridulce de ciruela. Vea que vaina.  En diciembre, para disfrutar la navidad, esperábamos lo nuevo de los Hermanos Zuleta,  de Oñate,  de Alfredo Gutiérrez y Aníbal Velásquez; lo nuevo de Diomedes y Colacho. La parranda en la terraza de la casa para bailarnos el Long play, el desfile con artistas se hacía en la puerta de la disco tienda, al frente del mercado viejo. La actual galería. Extrañamos “Las cosas del Valle” de Alberto Muñoz Peñaloza,  en el Diario Vallenato de Lolita.  Allí nos enterábamos de todo, ahora  el Twitter y las redes sociales  tienen quebrado a El Pilón y muchos más. Los trancones de antes eran en cinco esquinas y los hacia Chepo cuando se empeñaba en vararse a mitad de calle para que lo empujara el primer Willy que levantara la carrera para  las tablitas, por los lados de la ceiba.  Hoy, los trancones,  siguen siendo en cinco esquinas y en todo el Valle, además.

Valledupar es área metropolitana, pero yo sigo añorando el de las casitas de bahareques con hojas de cal y canto y sus tejas coloradas. Añoro las cargas en la plaza  Alfonso López, en los abriles del Festival Vallenato.   Y la nostalgia del río, que bajando de lo alto de la sierra majestuosamente venía deslizándose hasta aquí. Hoy famélico, nos sigue medio bañando,  pero triste porque su fuerza se ha perdido. Sigamos soñando, y con nostalgia de diciembre recuerde lo que más añora de Valledupar. Falta tanto por recordar.  Hoy a pesar de haber tantas  luces, seguimos añorando la luz que ilumina nuestro corazón en cada navidad para brindarnos de verdad con paz y amor. Sólo Eso.

Por Eduardo Santos Ortega Vergara

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