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Diatriba amenazante

Algo sobre

Por: José Romero Churio

Sin duda alguna, el expresidente Uribe salió mal parado del contraataque del presidente Santos en la clausura de la asamblea del partido de la U, congregada en el Centro de Convenciones de Bogotá.
En realidad,  el expresidente Uribe con su furibundo discurso, en dicha reunión (no me atrevo a decir que queda como un rufián), pero  si, por enésima vez, deja en evidencia su nostalgia por el poder.
La negociación política del presidente Santos con las FARC-EP, atendiendo el clamor nacional de paz, lo más seguro es que termine como la perspectivas de los expresidentes Andrés Pastrana y  César Gaviria, entre otros intentos fallidos como los de los expresidentes Turbay Ayala, Ernesto Samper y del mismo Álvaro Uribe, quien ahora rechaza con vehemencia el  proceso de paz de su sucesor, a todas luces, más por resentimiento que con razón.
Se supone que todos estos diálogos de paz se han realizado con el propósito de  llegar a un acuerdo que termine con el conflicto armado interno que tanto nos afecta y también a otros países, especialmente, a los fronterizos. En consecuencia, el gobierno tendrá que desestimar tantos intereses, además algunos derechos que reclaman las víctimas y tener más en cuenta las solicitudes o exigencias de la organización subversiva, entre las cuales, la principal es la protección de la vida de sus miembros dirigentes.
Si bien es cierto que las FARC-EP se han convertido en organización narcoterrorista, no se debe ignorar que mantienen el estatus político, con el cual sus comandantes  aspiran a ocupar cargos por elección popular, tal como lo han logrado Navarro Wolff, Gustavo Petro y otros del M-19, movimiento subversivo que se desmovilizó con acuerdo de paz en el gobierno de Virgilio Barco Vargas, en el periodo presidencial 1986-1990.
En cambio las FARC-EP, vivieron una mala experiencia, cuando con el gobierno de Belisario Betancourt (1982-1986), en acuerdo de paz, fundaron el partido político Unión Patriótica, conocido como UP, de ideología comunista, que en las elecciones del 25 de mayo de 1986 ganó  cinco curules en el Senado, nueve en la Cámara de Representantes, 14 para diputados, 351 para concejales y 23 alcaldías.
Sin embargo, por intereses y causas disímiles, poderes oscuros compuestos por paramilitares, diferentes miembros de las fuerzas de seguridad del estado y narcotraficantes, a la UP le  asesinaron dos candidatos presidenciales (Jaime Pardo Leal y Bernardo Jaramillo Ossa), ocho congresistas, 13 diputados, 70 concejales, 11 alcaldes y miles de sus militantes también fueron asesinados. La mayoría de sus sobrevivientes a tan sangriento exterminio abandonaron el país y aún no regresado por temor a perder la vida.
Por este aterrador antecedente, no distante de la diatriba amenazante de la dirigencia del movimiento político denominado Puro Centro Democrático, que es de suponer, no se ha desligado del partido de la U por mantener algún poder. Los comandantes de las FARC-EP son tan sigilosos en acogerse al acuerdo de paz para su desmovilización sin la salvaguarda apropiada, que les permita hacer proselitismo político sin riesgo de atentados contra sus vidas.
Esta exigencia, por cierto válida, no cabe duda, genera escepticismo en que el actual proceso de paz llegue a una feliz terminación del conflicto interno armado. Por las condiciones de pobreza, delincuenciales y de rencor existentes en  el país, nada ni nadie garantiza la vida de los militantes de las FARC-EP, en caso de que decidan desmovilizarse.

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