En el año 2.003, el neurocientífico colombiano Rodolfo Llinás escribió el interesantísimo libro intitulado El Cerebro y el Mito del yo, prologado fascinantemente por el maestro Gabriel García Márquez, de quien el prefacio del autor dice: tal amistad se encuentra pocas veces y se aprecia como a la vida misma.
Como el trabajo del autor es eminentemente fisiológico-neuronal-sináptico, no puedo decir absolutamente nada sobre el particular, como tal, pero los que sí saben del tema, se han rendido ante la sabiduría científica de la obra, y a ellos hay que creerles, pues eso es propio de tener fe en algo. Uno cree lo que no entiende, y es razonable creer porque otro u otros, que si entienden, lo afirman.
Conforme a sus investigaciones personales, compartidas por un grupo de colegas de él privilegiados, amparados en repetidas experiencias físicas, una de sus conclusiones más evidentes, como lo anuncia el título del libro, es que el yo es un mito y que el alma humana no existe.
Notorios y novedosos hallazgos, ya que en cuanto al alma, siglos antes de Cristo, la filosofía clásica de los griegos, presocráticos y socráticos, la tenían como una de sus premisas mayores, y no se diga después de Cristo, cuando su espíritu penetró plenamente en la vida del hombre y lo ha acompañado en el enorme crecimiento de la llamada cultura occidental.
No solamente en términos filosóficos, sino también en apreciaciones médicas, pues nadie menos que Galeno de Pérgamo, en la antigüedad, respecto de quien los estudios modernos apuntan a identificar la relación existente entre sus planteamientos médicos y la tradición filosófica, pone de manifiesto la relación-unión entre el alma y el cuerpo.
Por cuanto hace al yo, y a otros conceptos afines, en ellos se han asentado las diversas escuelas psicológicas, que explican el comportamiento ordinario y patológico del hombre.
Pero lo que más me interesa hacer notar aquí es que, no obstante la admiración del prologuista por el contenido de la obra prologada y su autor, es la duda, de pronto cartesiana, con la que hinca un alfiler en la mente y en el corazón de Llinás, cuando al terminar las últimas puntadas del prólogo, dice: “ hace unos meses, cuando Llinás me habló por primera vez de éste libro, lo encontré tan radiante por la madurez de sus conclusiones, que me atreví a provocarlo con la pregunta de siempre: “ Y entonces, ¿ En qué punto estamos?”.
Y él me contestó con una convicción muy suya:
—Ya es bastante saber que la realidad es un sistema vivo y que hemos llegado al punto prodigioso de saber que somos parte de él.
Ansioso, me atreví a arriesgar una última provocación creativa:
—¿Pero no te parece que todavía es un poco desconsolador?—Tal vez—me contestó impávido—, pero ahora empezamos a tener el consuelo irrebatible de que quizás sea la verdad.
Yo, romántico insaciable, fui por una vez más lejos que él, con la certidumbre de que termine por descubrir algo que existe más allá de nuestros sueños: en qué lugar del cerebro se incuba el amor, y cuál será su duración y su destino”.
Por Rodrigo Lopez