Los acontecimientos de la pasión y muerte de Jesús habían devastado el corazón y la fe de los discípulos. La esperanza que tenían de que “fuera restaurado el reino de Israel” había quedado reducida a cenizas. En el calvario, el cuerpo ensangrentado del Mesías colgaba de una cruz.
La madrugada del domingo un grupo de mujeres sobresaltaron a los demás afirmando que habían visto con vida al que había pendido de la cruz. Algunos consideraron aquellas declaraciones como desvaríos de quienes, llevadas por el dolor, vieron lo que deseaban. Otros, sin embargo, sintieron renacer en su corazón la esperanza. El resucitado apareció en medio de todos y “les echó en cara su incredulidad”.
Durante cuarenta días el Maestro se reunió con sus más íntimos seguidores y les habló de muchas cosas. El ambiente era tenso y las reuniones entre autoridades romanas y judías se sucedían con mucha frecuencia. Finalmente, en un acto difícil de entender, Jesús subió a los cielos prometiendo volver.
Era complejo. Nadie piense que por haber visto resucitado a un muerto ya se está dispuesto a morir por él. La cosa no es tan sencilla. Sin siquiera pensarlo yo moriría por mi hijo, mi esposa, mis padres, mis hermanos y “Jackie”. Después de ese grupo me lo pensaría dos veces, aunque se tratara de uno que, habiendo visto las puertas del sheol, volviese a contarse entre los vivos. Los discípulos estaban asustados y encerrados. No querían que les pasara lo mismo que a su amigo y Maestro. Eso es lo que cualquiera en sus cinco sentidos haría. ¿A quién se le antoja morir crucificado?
Pero el día de Pentecostés marcó un momento sin igual en la historia. El grupo de cobardes se transformó súbitamente en un grupo de personas para quien la vida valía poco en comparación de la verdad encontrada. Los iletrados pescadores de Galilea se convirtieron en avezados oradores, y de las manos callosas de los ignorantes y menos dignos salieron milagros sorprendentes. ¿Quién hizo posible tal cosa? El Espíritu Santo.
Hoy la Iglesia celebra la solemnidad de Pentecostés. Cincuenta días después de la Pascua el Espíritu Santo descendió sobre los apóstoles y María. Este es el acontecimiento que realmente fundó la Iglesia. Sin la asistencia de este “dulce huésped del alma” no serían posibles muchas cosas. Él actúa incluso en aquellos que no creen y realiza cosas maravillosas. Sus dones (que no solamente son siete) pululan en todos los hombres y mujeres de buena voluntad, sin distingo de raza, cultura, nacionalidad o religión y hacen posible que este mundo, que parece irse cada día al infierno, aún tenga esperanza.
Hoy es Pentecostés, hoy nació la Iglesia, un día como hoy Pedro y los demás hablaron en diferentes lenguas (por favor no confundir con las sandeces que algunos fanáticos, católicos y protestantes, dicen o simulan en medio de sus trances). Hoy el cielo volvió a tocar la tierra y por siempre se quedó en ella. Hoy es Pentecostés. Feliz domingo.